RUTA POR FUENLABRADA Y PARLA. EL CERRO DE LA
CANTUEÑA.
Cerro de la Cantueña. El cerro
vertedero.
La fosa del Tajo, a la
que pertenece el gran sur metropolitano madrileño, se caracteriza por su
uniformidad y horizontalidad. Paisajes de amplias estepas cerealistas, con
escasos relieves qué resalten sobre el paisaje mesetario. Este paisaje a veces
tan plano y apaisado, es roto por una serie de cerros testigos qué gracias a la
naturaleza de sus materiales, han soportado la erosión constante de las
escorrentías y la erosión eólica.
Ejemplos de estos hitos
paisajísticos son los cerros de Buenavista y Los Ángeles en Getafe, el Cerro de
Almodóvar en el distrito de Vicálvaro, el Cerro Cabeza Fuerte en Pinto, el Cerro del Telégrafo en
Rivas-Vaciamadrid y el Cerro de la Cantueña entre Parla y Fuenlabrada, al qué
dedicaremos esta nueva entrada del blog.
El Cerro de la Cantueña
se encuentra enclavado entre los municipios de Parla y Fuenlabrada. Limita al
Norte con el polígono industrial de la Cantueña (Fuenlabrada), al Sur con la población de
Parla, al Oeste con la Autovía A-42 y al Este con las vías del Cercanías a
Parla.
(Cerro de la Cantueña. Aún se pueden contemplar en él, antiguos restos de almendrales, olivares y coscojares). |
La composición material
del cerro está compuesta por una mezcla de arenas, arcillas, calizas y pequeñas
intrusiones de sílex. Estos materiales hacen qué el suelo sea muy pobre, en
algunos casos con alto grado de salinidad.
El cerro históricamente
ha soportado una intensiva explotación agrícola y a día de hoy sólo quedan
retazos de antiguos olivares, almendros, qué se mezclan con repoblaciones de
pinos carrascos, piñoneros, falsas acacias y algarrobos, quedando aún ejemplares
dispersos de un antiguo coscojar. A pesar de esta intensa transformación, la
biodiversidad botánica es sorprendente, con 271 especies catalogadas, contando
con 10 endemismos ibéricos. Cabe destacar la existencia de arbustos qué crecen
en entornos salinos como la gayomba.
En lo alto del cerro,
en su parte más llana, existen grandes extensiones de estepas cerealistas, de
gran valor paisajístico y para la fauna qué lo habita.
La riqueza zoológica no
se queda atrás, contando con 91 especies de aves catalogadas, 12 de mamíferos, y
7 de reptiles. El cerro es un oasis biológico para especies de aves esteparias
y forestales.
A todo este patrimonio
natural hay que añadirle el arqueológico, ya que el cerro cuenta con la figura
de protección de “Bien de Interés Cultural” con categoría de zona arqueológica.
A pesar de todos estos
valores, el cerro ha sufrido la dejadez y mala gestión por parte de los
ayuntamientos de Fuenlabrada y Parla, y del gobierno regional. La historia del
cerro no ha estado exenta de polémicas y malas prácticas.
Hasta 1993 estaba
convertido en una gran escombrera donde cientos de camiones arrojaban los
desechos apilándolos a su suerte. En esas fechas se intentó hacer un ambicioso
proyecto de repoblación forestal qué se quedó en buenas promesas.
Posteriormente se proyectó en sus faldas una gran macro-urbanización qué
afortunadamente se frenó por la crisis. El último impacto sufrido por el cerro,
ha sido la construcción del parque de bomberos, qué destruyó un importante y
primitivo bosquete de almendros de gran tamaño.
A día de hoy, el cerro
no se libra de los vertidos incontrolados, las sendas abiertas por la práctica
del motocross, o un reciente incendio forestal.
(Actualmente aún quedan escombreras ilegales en varios puntos del cerro). |
Desde aquí aprovecho
para hacer un llamamiento para la protección de este espacio con valores
naturales tan notables, qué merece poseer alguna figura de protección, y se convierta en un
auténtico pulmón verde para los habitantes de Fuenlabrada y Parla, y por extensión, para todos los madrileños.
La ruta propuesta es
una ruta circular por todo el cerro con salida y llegada a la parada del
tranvía de Julio Romero de Torres. Su duración es de 2 horas y 30
minutos y la dificultad es fácil.
Accesos al cerro de la
Cantueña.
(Ruta circular de 2 horas y 30 minutos de duración por el Cerro de la Cantueña). |
-En coche. Coger la
A-42 Madrid-Toledo hasta la salida 19B, y luego la M-408 hasta la entrada al
parque de bomberos. 30 minutos desde Madrid.
-En cercanías. Líneas
C4A y C4B Atocha-Parla. Luego coger el tranvía de Parla hasta la estación Julio
Romero de Torres. Unos 30 minutos. Posteriormente andar unos 10 minutos desde la parada
del tranvía hasta la entrada al parque de bomberos.
-En autobús. Línea 462.
Getafe-Parla. Bajarse en la Calle Real y o bien coger el tranvía en la parada
de la Ballena, o andar hasta parque de bomberos. 10 minutos andando.
-En bicicleta. El cerro
cuenta con pistas en buenas condiciones para hacer la ruta en bici. Salir desde
la estación de Cercanías de Parla.
Este es el relato de
una ruta qué realicé a comienzos del Otoño de 2015.
Tras un agradable
trayecto en tranvía, me bajé en la parada Julio Romero de Torres para dirigirme
a la carretera del parque de bomberos. Allí hice un pequeño alto en el camino
para preparar los prismáticos y la cámara de fotos.
Desde el puente que
cruza la vía del tren de cercanías, hay unas buenas vistas de los taludes de
esta, donde los conejos viven a sus anchas, sin apenas depredadores qué los
molesten. Estos taludes están cubiertos por una importante masa de retamas de
bolas y vistosos ejemplares de gayombas, qué son unos arbustos adaptados a
vivir sobre suelos salinos. Cerca de ellas, dos colirrojos tizones
jugaban a perseguirse.
(Formación mixta de retamas de bolas y gayombas). |
Subí una pequeña loma
qué conducía a un gran depósito de agua. A su derecha se encontraba los restos
de un gran olivar, con ejemplares de gran porte. Con el calor reinante de
aquella jornada, aproveché la sombra de un voluminoso olivo para hacer una
espera, y descansar un poco.
Comencé a oír el canto
de una curruca cabecinegra y tras mucha paciencia pude descubrir qué
la tenía justo encima de las ramas de olivar donde me encontraba.
(En el Cerro de la Cantueña aún existen olivos de gran porte, de un antiguo olivar más extenso). |
A lo lejos, en un claro
del olivar, comenzó la actividad de algunas especies. Primero fue el turno de
un bando de estorninos negros, luego se posó una abubilla, y por último unos juguetones mosquiteros musicales en pleno paso postnupcial, volaban del
suelo a las ramas de los olivos.
Continuando el camino, llegué a los restos de un antiguo coscojar. Allí, en una coscoja qué desafía la
pendiente, y la sequedad del terreno había posado un mirlo común. Tras él, en
los cables de un tendido eléctrico, estaban posadas, haciendo equilibrio, dos tórtolas
turcas.
(Tórtolas turcas. Streptopelia decaocto). |
Antes de llegar a la
base del cerro, el borde del camino era ocupado por un almendro de
considerables dimensiones. La densidad de su ramaje, era aprovechada por una
gran concentración mixta de gorriones comunes y molineros, qué
buscaban un resquicio de sombra.
Arribé a la cima del
cerro, donde había unas zonas de estepa y barbecho de lo más interesante. Los
bordes del camino eran flanqueados por hileras de plantaciones de falsas
acacias y algarrobos. En uno de estos últimos había posado un busardo
ratonero, qué huyó raudo y veloz ante mi presencia. Poco después le tocó el
turno a los papamoscas cerrojillos muy visibles en época de paso, y qué no
paraban de volar inquietos desde el suelo a las ramas de las falsas acacias.
(Papamoscas cerrojillo, ficedula hypoleuca). |
Comencé a oír el canto
melodioso de los jilgueros, y desde unos cardos cercanos, volaron para posarse
en las ramas de un almendro.
(Jilgueros, carduelis carduelis). |
Según recorría el
camino de la zona de la estepa, iba levantando a las cogujadas comunes.
Tras un buen rato de
camino llegué a una valla qué tenía puesta la indicación de coto de caza. Pensé
qué el cercado no tenía ninguna entrada abierta, y comencé a impacientarme,
pues no tenía muchas ganas de dar un gran rodeo con la caminata qué ya llevaba
encima, y quería entrar en la zona del pinar. Afortunadamente, a escasos metros,
la valla tenía una entrada abierta.
Aquella zona del cerro
estaba ocupada por un denso pinar de pino carrasco, tanto qué proporcionaba
grandes tramos de sombra. En el suelo, en un gran de acículas de pino, había una
buena conglomeración de urracas.
(El Cerro de la Cantueña cuenta con importantes masas de pino carrasco de repoblación). |
Según bordeaba la
pendiente del cerro en dirección a la A-42 las vistas eran fastuosas. Se podían
ver varios municipios del sur madrileño: Parla, Fuenlabrada, Getafe, Humanes, y
al fondo el sur de la ciudad de Madrid. Desde ese punto se podía ver a la vez
el Sistema Central, y las estribaciones de los Montes de Toledo. En aquel
momento qué estaba ensimismado con aquellas excelentes vistas, un ave de color
oscuro cayó en picado en un pino cercano. Al principio pensé qué se trataba de
un críalo por el color tan gris, pero no me cuadraba por las fechas otoñales en
la que nos encontrábamos. Cogí los prismáticos y apuntando hacia el pino qué se
posó, me llevé la sorpresa del día. ¡Un gavilán común! Eché mano de la
cámara para hacerle una foto, pero cuando se percató de mi presencia, voló apresurado, para perderse en lo más profundo del pinar.
Hice un barrido por las
nubes con los prismáticos y pude ver qué aún quedaban rezagas algunas golondrinas
comunes, de las qué apuran el paso migratorio.
Al llegar a la zona
norte del cerro, me topé con la impactante imagen del polígono de la Cantueña,
perteneciente ya a Fuenlabrada. Parte del polígono, literalmente, se come parte
del cerro. Aquella zona había sufrido un incendio reciente, y el paisaje era de
lo más desolador. En la parte baja de una suave loma, entre unos olivares, descansaban bajo la sombra, dos perdices rojas.
(Perdices rojas, alectoris rufa). |
Más adelante, en una zona
de barbecho qué no se había quemado, había una gran masa mixta de pardillos
comunes y pinzones vulgares.
La valla perimetral del
cerro qué lo separaba del polígono volvía a estar ocupada por un denso pinar, y
allí anoté dos especies más: herrerillo común y verderón común.
Descendí por una
pequeña vaguada, formada por un antiguo arroyo seco, qué desembocaba en una
charca qué estaba completamente seca. Esa charca, cuando tuviese agua, tenía
muy buena pinta, a modo de oasis, para hacer unas cuantas esperas. Cerca de
ella, en el suelo, había posado un pito real, buscando hormigas en el
suelo.
En aquella zona había
varios focos de escombreras ilegales, con un gran impacto visual.
Tras varios minutos de
camino volvía a la entrada de la valla del coto de caza, y sobre ella posada,
había un juguetón papamoscas gris.
En la zona de las
falsas acacias se arremolinaban grandes bandos de palomas torcaces.
(Palomas torcaces, columba palumbus). |
El camino de la base
del cerro hacia el parque del bombero descendía por una suave loma, qué
agradecí después de una buena caminata. Antes de llegar al tranvía, y repasando
mentalmente la lista de avistada, con la
última vista al cerro, reflexionaba sobre el gran potencial qué tendría el
cerro como oasis biológico, si se impulsaran algunas medidas correctivas. Ahí
dejo en el aire la sugerencia.
¡Felices
avistamientos!.
Como colofón a esta ruta tan interesante, añado la lista de especies avistadas en ella.
© Rafita Almenilla.
FAUNA
DEL CERRO DE LA CANTUEÑA
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AVES
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MAMIFEROS
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Abubilla
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Conejo
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Busardo ratonero
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Cogujada común
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Curruca cabecinegra
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Estornino negro
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Gavilán común
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Golondrina común
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Gorrión común
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Gorrión molinero
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Herrerillo común
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Jilguero
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Mirlo común
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Mosquitero musical
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Paloma torcaz
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Papamoscas cerrojillo
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Papamoscas gris
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Pardillo común
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Perdiz roja
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Pinzón vulgar
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Pito real
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Tórtola turca
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Urraca
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Verderón común
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Me ha encantado. Resulta realmente interesante.
ResponderEliminarMuchas gracias por compartirlo