domingo, 6 de noviembre de 2016

RUTA POR MORATA DE TAJUÑA Y PERALES DE TAJUÑA

RUTA POR MORATA DE TAJUÑA Y PERALES DE TAJUÑA

Vía Verde del Tajuña. El Tren de Arganda, el qué pita más qué anda.

No hay manera más placentera y ecológica de disfrutar un paisaje qué desde la ventanilla de un tren. España cuenta con muchos trazados ferroviarios qué cruzan numerosos espacios naturales. Con el paso del tiempo, muchas de estas instalaciones ferroviarias han caído en desuso y muchos de ellos se han convertido en Vías Verdes.
Las Vías Verdes son el resultado de convertir en itinerarios ecoturísticos estos antiguos trazados. El proyecto comenzó su andadura allá por el año 1993, con el apoyo del Ministerio de Medio Ambiente, Adif, y la Fundación de Ferrocarriles Españoles.
Suelen ser recorridos qué se pueden hacer en bicicleta, andando, con patines, silla de ruedas y carritos de bebés. Están restringidos al tráfico rodado a excepción de maquinaria agrícola de fincas cercanas y servicios sociales.
Ideales para hacer actividades compatibles en el medio natural en ellas, como el cicloturismo, observación de aves, o senderismo.
En Madrid contamos con 5 vías verdes: La del Embalse de Picadas, la del río Guadarrama, la de la Gasolina dentro de la ciudad de Madrid, y la del Tajuña, con dos ramales, la vía Verde de los 40 días, y una hacia Colmenar de Oreja y Chinchón.
La Vía Verde del Tajuña es heredera del antiguo Tren del Tajuña qué partía desde el Barrio de O´Donnell cerca del actual Hospital del Niño Jesús en Madrid, hasta el municipio de Alocén en Guadalajara.
Un antiguo tren qué recorría todo el valle del Tajuña y era aprovechado para abastecer a Madrid de productos de la magnífica huerta del Valle del Tajuña, y de productos tan genuinos de esta zona sureste de Madrid como el anís de Chinchón, o el agua de Carabaña.
La vía verde cuenta con 47 kilómetros de longitud. Desde Arganda hasta Ambite. Posteriormente se amplió hasta Mondéjar en Guadalajara, y a través de pista se puede llegar al Embalse de Entrepeñas.
A su vez la vía verde cuenta con dos ramales, uno que se desvía cerca de Perales de Tajuña para continuar a Chinchón y Colmenar de Oreja, y la Vía Verde de los 40 días, qué desde Carabaña se desvía para concluir en el pueblo fronterizo de Estremera, ya casi en tierras castellano-manchegas.
La Vía Verde del Tajuña transcurre por una porción del Parque Regional del Sureste, para luego coger todo el Valle del Tajuña. Un recorrido de gran valor medioambiental, etnográfico y cultural con lugares tan destacados como la Laguna de San Juan, El Risco de las Cuevas,  como zonas de gran valor medioambiental, y otras como los escenarios de la Batalla del Jarama, de gran valor histórico y cultural.
Para los aficionados pajareros los atractivos naturales de la Vega del Tajuña son una sucesión de gran variedad de ecosistemas, como pinares de repoblación, monte mediterráneo, zonas de cantiles yesíferos, bosques de ribera, zonas de cultivo de regadío y secano: olivar, vides y cereal, o zonas húmedas. Esta riqueza de paisajes se ve reflejada en su diversidad de fauna. Podremos avistar especies de aves tan interesantes como el halcón peregrino,  collalba negra, chova piquirroja, búho real, avión roquero, milanos reales, águilas calzadas, busardos ratoneros, cogujadas comunes, petirrojos, carboneros comunes… dependiendo de los distintos hábitats qué nos vayamos encontrando en nuestro camino por la Vía Verde.
La fauna se completa con otras especies como culebras bastardas, lagartos ocelados, conejos, liebres, o zorros comunes, qué con mucha fortuna se nos pueden cruzar mientras disfrutamos de un agradable paseo.
La ruta propuesta es una parte de la vía verde, concretamente en tramo que discurre entre los municipios de Morata de Tajuña y Perales de Tajuña. La ruta es lineal comenzando y acabando en plaza del ayuntamiento de ambos municipios. La duración es de 3 horas y 45 minutos. De dificultad media-alta, qué aunque apenas presenta desniveles, la longitud de la ruta se nos puede hacer un poco pesada si no estamos acostumbrados a hacer rutas largas de senderismo.

(Ruta lineal de 3 horas 45 minutos de duración y de dificultad media-alta entre Morata de Tajuña y Perales de Tajuña).

Acceso a los municipios de Morata de Tajuña y Perales de Tajuña.
Morata de Tajuña:
-En coche. Autovía A-3 salida 21. Luego coger la M-832 y posteriormente la M-311. La Vía Verde se encuentra a la entrada del pueblo en la zona del Helipuerto. 35 minutos desde Madrid.
-En autobús. Línea 336 Madrid-Morata de Tajuña, y línea 337 Madrid-Valdelaguna. Ambas salen desde Conde de Casal. 30 minutos desde Madrid.
-En bicicleta. La ruta propuesta es ideal para hacerla en bici. La Vía Verde se coge cercana al Hospital de Arganda del Rey para luego enlazar con Morata de Tajuña hasta Ambite.
Perales de Tajuña:
-En coche. Autovía A-3. Salida 35. La Vía Verde se coge siguiendo la carretera M-302. 35 minutos.
-En autobús. Línea 326. Madrid-Driebes. Sale desde Conde de Casal. 35 minutos. Líneas 351, 352 y 353 a Barajas de Melo, Tarancón y Santa Cruz de la Zarza respectivamente. Todas salen de Ronda de Atocha. 40 minutos desde Madrid.
-En bicicleta. Vía Verde del Tajuña desde Arganda del Rey. Desde aquel municipio podemos coger la Línea 9 de Metro.
Este es el relato de una ruta qué realicé la última semana de Octubre de 2016.
Tras varios días seguidos de lluvia, muy necesaria por cierto, llegó el turno de un potente anticiclón, qué nos trajo días despejados y temperaturas muy suaves, incluso algo altas para las fechas en las qué nos encontrábamos.
Esos días eran propicios para ver el paso de grullas comunes en su migración a tierras meridionales peninsulares. Y uno de los lugares idóneos para verlas pasar es el Valle del Tajuña.
Las grullas en su paso por la Comunidad de Madrid utilizan dos rutas migratorias: la occidental, qué la realizan por la cara sur del Sistema Central, y la oriental, por la Vega del Tajuña. Ya las había visto pasar en años anteriores por varios pueblos del valle como Carabaña, Perales de Tajuña o Valdilecha.
Así qué por las fechas en las qué nos encontrábamos, el tiempo anticiclónico qué reinaba en esos días después de un periodo de lluvias, y la localización geográfica, hacían qué tuviese muchas posibilidades de ver algunos bandos cruzar. Estaba completamente convencido de que no volvería a casa de vacío.
Otro aliciente para visitar la vega del Tajuña era qué hacía pocos días las organizaciones ecologistas GRAMA y ARBA habían convocado una marcha reivindicativa por el valle del río. Reclamaban qué el Valle del Tajuña se convirtiera en Parque Regional. La idea me parecía de lo más acertada, ya que es una zona qué conozco muy bien y la tengo un cariño especial, ya que la he visitado en cantidad de ocasiones. Y soy de la opinión qué reúne unos valores ambientales, culturales, etnográficos e históricos dignos para qué cuente con alguna figura de protección.
Tras 30 minutos de carreteras sinuosas, y disfrutando de los paisajes del Parque del Sureste y el Valle del Tajuña, el autobús 336 me dejó muy cerca de la plaza del Ayuntamiento de Morata de Tajuña.
Tras callejear unos minutos, e ir anotando las especies más urbanas como gorrión común y estornino negro, pude dar con el desvío qué me indicaba la dirección a Perales de Tajuña. A pocos metros ya encontré la baliza kilométrica qué indicaba la Vía Verde.

(Hito kilométrico de madera de la Vía Verde del Tajuña en el municipio de Morata de Tajuña).

Y poco antes de dejar las últimas casas del casco urbano, un sonido muy familiar se comenzó a oír en el cielo. Un pequeño grupo de ocho grullas comunes volando en dirección Oeste. ¡Objetivo cumplido. ¡Llegar y besar el santo! Aunque no me conformaba con tan pocos ejemplares y esperaba ver algún grupo más numeroso, según avanzara la tarde.
El asfalto dejó pasó a una pista de tierra, y en uno de sus taludes había indicaciones del Camino de Santiago y el de Uclés, señal de que iba por buen camino.

(La Vía Verde del Tajuña comparte parte de su recorrido con el Camino de Santiago y el Camino al Monasterio de Uclés).

A la izquierda del camino había una especie de garaje con maquinaria agrícola y camiones aparcados. En unos cables cercanos había posadas varias tórtolas turcas.
En pocos metros la pista de tierra se convirtió en una pista con un firme rojo característico qué tiene la vía, y unos bolardos para impedir el tránsito de vehículos me daba la bienvenida a la zona asfaltada de la Vía Verde.

(Vía Verde del Tajuña en Morata de Tajuña, con su característico firme de color rojo).

A mi izquierda comenzaban a aparecer formaciones de cantiles yesíferos, y a mi derecha un magnífico paisaje de bosque de ribera qué flanqueaba el río Tajuña, y un cerro coronado por una formación de monte mediterráneo en buen estado de conservación.

(Vistas del Valle del Tajuña desde la Vía Verde).

Los primeros colirrojos tizones hicieron acto de presencia en la zona de los cantiles, qué estaban ocupados por singulares formaciones de espartos.
Según iba avanzando por la vía, los cantiles iban dejando paso a formaciones de coscojares, muy típicas del sureste madrileño. Dentro del coscojar había un pequeño reducto de olivar, y posado sobre la copa del un olivo había un alcaudón real oteando, atento por si podía llevarse alguna presa al pico.

(Alcaudón real, lanius meridionalis).

Llegué a una zona de barbecho, qué era un magnífico mirador natural a la vega del río. En los rastrojos jugaban a perseguirse dos inquietas alondras totovías.
Tras un buen rato de trayecto el paisaje cambiaba a pequeñas huertas a ambos lados de la vía, y en ellas pude observar varios jilgueros, y un avispado mirlo común, qué estaba dando cuenta de los deliciosos higos de una higuera cercana.
Más adelante en una zona de árboles frutales se fueron a posar varios pardillos comunes.

(Pardillo común, carduelis cannabina).

En una zona de espartal, donde no había ningún árbol, un pequeño grupo de palomas torcaces usaban unos tendidos eléctricos a modo de posaderos.

(Palomas torcaces, columba palumbus).

Ya llevaba un buen rato de caminata y a mis lados se sucedían de manera escalonada paisajes de pinares de repoblación, coscojares, espartales, huertas, hasta que llegué a una zona de olivar, qué debería ser muy viejo, dado el porte qué tenían algunos árboles.

(Olivar, olea europaea).

Allí, entras las piedras, intentándose camuflar con el terreno, descubrí una cogujada común. Más esquivos, comencé a ver observar, con mucha paciencia y con ayuda de los prismáticos los primeros zorzales comunes.

(Cogujada común, galerida cristata).

Un gran barranco, producto de la escorrentía, en una zona de cantiles llamó mi atención. Cuando fui a contemplarlo con mis prismáticos me llevé una buena sorpresa. Pasaron volando sobre él, ¡dos golondrinas comunes!
A pocos días de estrenar el mes de Noviembre y todavía estaban por allí. Nunca antes había visto en Madrid unas golondrinas en unas fechas tan tardías. Aunque ya había tenido noticias de qué el invierno anterior, en el río Tajo en Aranjuez algunas habían decidido pasar el invierno allí.
Una muestra más de qué más de una especie está modificando su comportamiento con este clima tan cambiante.
Volví a encontrar una zona de barbecho, y aproveché para hacer un barrido con los prismáticos. Se dejaron ver varias perdices rojas qué corretearon al unísono al detectar mi presencia.

(Perdices rojas, alectoris rufa).

Tras casi dos horas de caminata, y aguantando el persistente calor llegué a un área de descanso con columpios, y bancos para comer qué agradecí como agua de Mayo. Allí hice un parón de varios minutos para beber agua, y hacer algunos estiramientos. Cerca del área de descanso había unas ruinas de unas antiguas casas de campo. Puse los prismáticos mirando hacia sus muros a ver si veía algún mochuelo. Esta vez no hubo suerte, pero como compensación, en lo alto, detrás de un cerro comenzó a aparecer otro bando de grullas. Este era más numeroso. Aunque estaba muy lejos, con los prismáticos, puede hacer una estimación aproximada de 40 ejemplares.
Poco después volví a adentrarme nuevamente en una zona de olivar. Sobre el depósito de agua de una casa de campo había una silueta negra posada. A simple vista pensé qué se trataba de un mirlo común. Pero cuando agudicé la vista gracias a los prismáticos me llevé a una agradable sorpresa al comprobar qué se trataba de un roquero solitario.

(Roquero solitario, monticola solitarius).

La pista subía una pequeña pendiente, para salvar un pequeño barranco formado por un arroyo seco qué bajaba desde los cantiles. Entre las ramas de una gran coscoja se refugiaba una curruca cabecinegra. Y en el cauce seco del arroyo, se dejaron ver los primeros conejos de la ruta.
Atravesé un cortado de yesos qué partía en dos la pista, y qué parecía qué se iba a desplomar en cualquier momento. En una pared vertical crecía una higuera desafiando las leyes de la gravedad, y qué seguro qué nació de los excrementos de alguna grajilla qué fueron a parar a peculiar lugar.
La pista ahora hacía un descenso pronunciado, y se veía la vegetación de ribera del Tajuña, y las primeras casas del pueblo de Perales. Volví a subir una pendiente, y por encima de un cerro yesífero, un magnífico espectáculo comenzó a tomar forma ante mi perpleja mirada. Una enorme y perfecta formación en uve comenzó a sobrevolar el cerro. Debían ser como más de 100 grullas pues no me daba tiempo a contarlas. La exhibición no podía ser de lo más espectacular. Primero una formación, y cuando pasó esta, otra detrás, hasta completar tres uves. Los trompeteos cada vez eran más retumbantes, y allí podía haber unas 400 grullas juntas. Era una delicia verlas volar con tanta coordinación. Por un momento abandonaron su formación en uve y comenzaron a volar en círculos para perderse por los cantiles del Oeste descendiendo por el curso del Tajuña, y dejándome una sonrisa de oreja a oreja.

(Grullas comunes, grus grus).

Antes de llegar a las primeras casas de Perales, y abandonar la Vía Verde, cerca de esta, había una antigua instalación de colmenas de abejas abandonadas. Una pena en el estado de deterioro en qué se encontraba, pues restaurada se integraría perfectamente en el paisaje. Al menos alguien la usaba, ya que un avispado petirrojo europeo se escondió en una de estas viejas colmenas.
Un ruidoso grupo de grajillas occidentales me dio la bienvenida al pueblo de Perales.
No iba a acabar mi ruta sin hacer una pequeña visita al río qué le da nombre a la Vía Verde. Tras cruzar un parque donde jugaban los niños, y ver unos carteles informativos sobre las rutas qué se podían hacer por Perales, llegué al río. Con poca visibilidad por la caída del sol, no tenía muchas posibilidades de ver algo más, y para cerrar la lista, pude sacar con grandes dosis de paciencia un cetia ruiseñor cantando en un gran carrizal.

(Río Tajuña a su paso por Perales de Tajuña).

¡A qué esperáis para calzaros las botas, y coger vuestros prismáticos, y cámaras de fotos, y disfrutar de este espacio tan interesante!
¡Felices avistamientos!
© Rafa Ac.
Para acabar adjunto la lista de especies vistas durante la ruta.
FAUNA DE LA VÍA VERDE DEL TAJUÑA
AVES
MAMÍFEROS
Alcaudón real
Conejo
Alondra totovía
Cetia ruiseñor
Cogujada común
Colirrojo tizón
Curruca cabecinegra
Estornino negro
Golondrina común
Gorrión común
Grajilla occidental
Grulla común
Jilguero
Mirlo común
Paloma torcaz
Pardillo común
Perdiz roja
Petirrojo europeo
Roquero solitario
Tórtola turca
Zorzal común




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