martes, 20 de diciembre de 2016

RUTA POR CIEMPOZUELOS

RUTA POR CIEMPOZUELOS

Ruta por Ciempozuelos. Arroyo Palomero y Cerros de Peñuela, Palomero y Legaña.. Cerros con mucha historia.

Siempre qué he viajado en tren a Aranjuez, o en coche por la A-4 después de Seseña, en la parte derecha de las vías del tren o la autovía, se alzan majestuosos una serie de cerros yesíferos de gran valor paisajístico y geológico. Cerros qué para mucha gente suelen ser inhóspitos, carentes de vida, sin apenas vegetación arbórea, pero con una vegetación arbustiva de lo más singular, con algunas especies en peligro de extinción e incluso alguna de ellas endémicas.
Siempre he sido partidario de la opinión de qué los paisajes esteparios han sido paisajes denostados por gran parte del público. Se han presentado como zonas casi desérticas, carentes de vida y con canon de belleza muy alejado de otros paisajes más atractivos por la mayoría de la gente como los bosques de alta montaña, o las dehesas mediterráneas.
La realidad nos demuestra qué lo cerros yesíferos del Parque del Sureste son una joya paisajística, geológica y faunística.  En concreto los cerros de Peñuela, Palomero y Legaña, situados en la zona sur del municipio de Ciempozuelos, y dentro del Parque Regional del Sureste, constituyen un verdadero laboratorio natural para las especies esteparias, tanto de flora como de fauna.
Estos cerros carecen prácticamente de árboles, salvedad hecha a algunos pequeños bosquetes de tarayes, allí donde algunos arroyos qué surcan los cerros, aportan algo de humedad, así como pequeños reductos de olivares en la falda de los cerros.

(Olivar en el Cerro Palomero).
La flora es principalmente gipsófila, esto es, adaptada a los suelos de yesos. En un entorno tan salino y suelos tan pobres vamos a encontrar numerosos arbustos como 
ontinas, sisallos, romeros, jabunas, retamas, gayombas, y grandes formaciones de esparto, junto a cardos y numerosas especies de gramíneas. En Primavera la floración de estas especies es toda una explosión de colorido.
La fauna no le va a la zaga. Estos cerros son el hábitat de especies de aves tan interesantes como el búho real, mochuelo europeo, chova piquirroja, halcón peregrino, críalo, cernícalo primilla, cogujada montesina, grajillas, o collalbas negras. Podremos toparnos con algún mamífero como conejos, zorros comunes, y otros más esquivos como ginetas, o garduñas.
En cuanto a los reptiles, merodearán por estos cerros culebras bastardas, culebras de escalera, lagartos ocelados o lagartijas cenicientas.
Este espacio natural es atravesado por el Arroyo Palomero qué nace en las cercanías del área recreativa del mismo nombre, y está flanqueado por un extenso carrizal qué hace de corredor ecológico entre los cerros y el valle del bajo Jarama.
Estos cerros tampoco han pasado desapercibido por el hombre, y muestra de ello son los restos del periodo del Neolítico qué se han encontrado en ellos, de cerámica campaniforme, el yacimiento de las Salinas de Espartinas de la época romana, o más recientes restos de la Guerra Civil.
La ruta propuesta es una ruta circular de 3 horas de duración, visitando el casco urbano de Ciempozuelos, el parque urbano de Los Abogados de Atocha, el área recreativa del Arroyo Palomero, y los cerros de Peñuela, Palomero y Legaña.
El grado de dificultad es medio debido a que a veces tendremos qué salvar importantes pendientes a la hora de subir a los cerros.

(Ruta circular de 3 horas de duración y dificultad media por el Arroyo Palomero y los Cerros de Legaña, Peñuela y Palomero).
Tendremos precaución, ya qué parte del recorrido pasa cerca de un coto de caza y estaremos atentos por si hay alguna batida.
Accesos a Ciempozuelos:
-En coche. Autovía A-4. Salida 29. Luego tomar la M-404 dirección Titulcia, hasta la Calle Cruz Verde. 39 minutos desde Madrid.
-Autobús. Línea 426 Madrid (Legazpi)-Ciempozuelos. 45 minutos desde Madrid. Bajarse en la Calle Consuelo y luego andar 5 minutos hasta la Calle Cruz Verde.
-Cercanías. Línea C-3 Madrid-Aranjuez. Luego andar 17 minutos desde la estación hasta el parque Los Abogados de Atocha.
-En bicicleta. Desde la estación de cercanías. La ruta es ideal para hacerla en bicicleta de montaña, y se puede realizar en unos 40 minutos.
Este es el relato qué realicé de una ruta a mediados del mes de Diciembre de 2016, a finales de Otoño.
Tras un viaje muy entretenido en tren de cercanías, deleitándome con los sorprendentes paisajes del Espartal de Valdemoro a través de la ventanilla del tren, llegué a Ciempozuelos qué me recibió con una tarde gélida de Otoño. El cielo estaba muy encapotado, y con un frío qué helaba hasta los huesos.
En breve me puse remontar las pronunciadas cuestas qué hay desde la estación de tren al centro del pueblo. Mientras disfrutaba de las típicas casas de pueblo encaladas qué tanto me gustan, y qué afortunadamente aún quedan en muchas zonas del pueblo.

(El casco urbano de Ciempozuelos aún conserva edificaciones con ese antiguo encanto a pueblo ganadero y agrícola).
Muchas de estas casas aún cuentan con un coqueto huerto o jardín qué hace las delicias de las aves.
La primera especie de la lista fue una tórtola turca, seguramente procedente de la gran colonia qué se ha formado en la fábrica de piensos anexa a la estación de cercanías.

(Tórtola turca, streptopelia decaocto).
En un descampado cercano, con abundante hierba, jugueteaban a perseguirse tres lavanderas blancas.
Callejeando por las calles de vez en cuando echaba un ojo a los huertos de las casas bajas y ahí anoté dos más para la lista, gorrión común y estornino negro.
Tras 20 minutos de un agradable paseo llegué al parque Abogados de Atocha, y allí vi un cartel de vía pecuaria qué me indicaba el comienzo de la ruta.
En el pequeño y agradable parquecillo, en una zona de césped, un avispado macho de mirlo común se estaba dando un buen festín con las lombrices qué iba encontrando.

(Mirlo común, turdus merula).
En un olmo de Siberia cercano, había posado un pequeño grupo de serines verdecillos identificados por su melodioso canto.

(Serines verdecillos, serinus serinus).
Tomé la vía pecuaria flanqueada por una repoblación de pinos carrascos. Comencé a oír en el ambiente un familiar trompeteo. Al principio estaba muy confundido pues miraba directamente a las nubes y no veía nada. Me resultaba raro pensar qué se tratasen de grullas comunes por las fechas en la que nos encontrábamos, a sólo una semana del día de Navidad. Pero minutos después el trompeteo se hizo más fuerte y pude ver en lo más alto de las nubes qué efectivamente se trataba de un pequeño grupo de 32 grullas comunes.
Comenzaron a volar en círculo para posteriormente adoptar su famosa formación en uve y volar en dirección Sur hacia el Valle del Tajo.

(Grullas comunes, grus grus).
No podía empezar mejor la ruta y prometía una lista variada de aves.
Seguí caminando por la vía pecuaria, qué presentaba mucho barro y algunos charcos de las pasadas lluvias. A ambos lados de esta, se extendían campos de cereales y barbechos con una bonita variedad cromática, qué me recordaban a mi querida comarca esteparia de La Serena en Badajoz, de donde es mi familia.
En uno de los pinos carrascos de repoblación un colirrojo tizón subía y bajaba de manera nerviosa del tronco al suelo. Junto a él apareció una hembra de tarabilla europea.
Poco a poco iba dejando atrás el casco urbano de Ciempozuelos. A mis espaldas se perfilaba a lo lejos una magnífica estampa del Sistema Central cubierto de nieve, y a mi derecha el famoso cerro del vertedero de Seseña, qué afortunadamente casi había perdido su color negro por la acumulación de neumáticos.
El camino iba poco a poco descendiendo a la altura de una explotación ganadera qué parecía abandonada.
A lo lejos volaban con mucha velocidad un grupo de aves de gran envergadura. Por un momento pensé que otra vez eran las grullas,  pero no oía sus trompeteos. Cuando ya las tenía a pocos metros de mi campo de visión, pude comprobar qué se trataban de cigüeñas blancas.

(Cigüeñas blancas, ciconia ciconia).
Tras estas, apareció otra formación en uve, pero esta vez era el turno de las gaviotas reidoras, seguramente procedentes del cercano vertedero de Pinto.

(Gaviotas reidoras, chroicocephalus ridibundus).
Al girar una curva, vi un contenedor amarillo de reciclaje de envases, lo que indicaba que ya había llegado al área recreativa.
Allí al fondo, había unos cuantos bancos de madera, junto a algunos pinos, algarrobos y olmos y una gran formación de juncos churreros qué delataban la presencia del arroyo Palomero.

(Área recreativa del Arroyo Palomero en Ciempozuelos).
El área recreativa estaba muy cuidada, cosa qué agradecí pues me había encontrado algunos en muy mal estado de conservación.
Al acercarme al arroyo espanté de los juncos cercanos unos cuantos jilgueros.
En lo alto de un chopo vi unos cuantos fringílidos. Cuando los pude observar con los prismáticos puede comprobar qué se trataban de verderones comunes.
Comencé a oír uno graznidos procedentes de una torreta eléctrica. Pensé qué se trataban de grajillas, pero cuando las apunté con los prismáticos me llevé una buena sorpresa al ver qué se trataban de chovas piquirrojas.

(Chova piquirroja, pyrrhocorax pyrrhocorax)
Rodeé el arroyo para coger un camino qué subía al cerro de su margen derecha. Las vistas eran fastuosas. Desde allí había una espléndida panorámica, a modo de fotografía aérea, del pequeño valle qué hacía el arroyo en su camino en busca del río Jarama. El paisaje era cautivador, y en algunos momentos parecía qué te encontrabas en alguno de los desiertos del salvaje Oeste americano de los que soy muy fan.
Tenía una buena panorámica del pueblo de Titulcia y parte de Chinchón, e incluso de tierras toledanas con las famosas antenas de Ocaña, y las estribaciones de los Montes de Toledo.
La vía pecuaria discurría entre una finca ganadera y una zona de olivar. La sensación de soledad y calma de aquellos paisajes de estepa eran de una paz total, y aquella zona tan poco transitada hacía qué la fauna se mostrase menos esquiva de ver.

(Cerros de Palomero y la Peñuela. Al fondo el Valle del Jarama).
Volví a ver un pequeño grupo de chovas piquirrojas en una empalizada, y después un cernícalo vulgar y una urraca.
Como quería bajar por todo el valle del arroyo y recorrer el cerro de su margen izquierda, decidí desandar el camino y volver a su nacimiento, ya qué en menos de 2 horas me quedaría sin luz.
El camino en pocos metros pasaba de convertirse de una amplia pista a una pequeña vereda casi comida literalmente por una formación de esparto, qué en algunas zonas presentaba gran altura.
El descenso por el valle del arroyo me volvía a brindar magníficas vistas de los cerros yesíferos. A un lado los cerros y al otro una gran formación de carrizo en el cauce del arroyo.
Oteaba los riscos de los cerros, pues ya que con la caída del sol se irían animando los búhos reales y algún mochuelo. Esta vez no hubo suerte y me tuve que conformar con unas cuantas grajillas occidentales. Poco después le tocó el turno a dos abubillas.
Con la caída del sol los primeros paseriformes comenzaban a concentrarse en el carrizal del Arroyo de Palomero para usarlo como dormidero. Así puede ver qué los primeros inquilinos eran los gorriones morunos.
El espartal era tan tupido que a escasos metros de la vereda por la que transitaba asusté a dos cogujadas comunes qué levantaron el vuelo a escasos metros de haberlas pisado.
Tras varios minutos de caminata esquivando las ramas de los espartos, llegué a un camino asfaltado qué cruzaba las vías del tren. Desde allí había una buena panorámica del Valle del Jarama.
La falda del cerro terminaba en un pequeño olivar y zona de zona de reses bravas.
Decidí volver a subir el cerro por una vía pecuaria en vez tomar la pista asfaltada. La vía pecuaria presentaba una fuerte pendiente, así que coronar la cima del cerro me iba a suponer unos minutos de esfuerzo.
Al llegar a la cima me recibió una juguetona curruca cabecinegra, qué se ocultaba nerviosa detrás de una ontina.
Majestuosas vistas las qué se veían desde el Cerro de la Peñuela, empezando de Sur a Norte, estribaciones de los Montes de Toledo, Mesa de Ocaña, Aranjuez, Titulcia, Valle del Tajuña, Valle del Jarama, Soto Gutiérrez, e incluso del Cerro Gurugú de Alcalá de Henares.

(Vistas de los valles del Jarama y Tajo desde el Cerro de la Peñuela).
El sol ya se ponía por el Oeste de Seseña, y ya me quedaban pocos minutos de luz. Aproveché para echar un ojo a un pinar de repoblación de pino carrasco por si por esos azares de la vida viese un búho chico. Y como de costumbre me quedé con la miel en los labios.
Un cerro cercano estaba literalmente agujereado por las madrigueras de conejos, qué desafiaban a la ley de la gravedad persiguiéndose por pendientes muy pronunciadas.

(Conejo, oryctolagus cuniculus).
El camino qué seguía descendía a las vías del tren y luego tenía qué subir una gran pendiente para llegar a las primeras casas del casco urbano.
En lo alto de la tapia de una casa había dos sombras qué hacían equilibrios imposibles. Pensé qué se trataban de tórtolas turcas, pero ya casi sin luz y gracias a los prismáticos pude identificar a dos perdices rojas en una pose de lo más cómico.
Llegué a una urbanización y ya era noche cerrada, así que decidí dar por concluida la ruta. Ya sólo me quedaba caminar unos 20 minutos para tomar el tren de vuelta a Madrid.
¡A qué esperáis para colgaros la cámara de fotos y los prismáticos, y calzaros las botas, y disfrutar de este espacio tan interesante!
¡Felices avistamientos!
© Rafa Ac.
Concluyo el relato con la ya tradicional lista de especies avistadas.

FAUNA DEL ARROYO PALOMERO Y CERROS DE CIEMPOZUELOS
AVES
MAMÍFEROS
Abubilla
Conejo
Cernícalo vulgar
Chova piquirroja
Cigüeña blanca
Cogujada común
Colirrojo tizón
Estornino negro
Gaviota reidora
Gorrión común
Gorrión moruno
Grajilla occidental
Grulla común
Jilguero
Lavandera blanca
Mirlo común
Serín verdecillo
Tarabilla europea
Tórtola turca
Urraca
Verderón común

domingo, 20 de noviembre de 2016

RUTA POR ARGANDA DEL REY

RUTA POR ARGANDA DEL REY

Laguna de las Madres, Lagunas del Porcal, y Laguna de la Esperilla. Como el día y la noche.

Si alguna vez viajamos de Madrid a Morata de Tajuña en coche o autobús por la carretera M-832, qué cruza parte del Parque Regional del Sureste, nos sorprenderá la diferencia de paisaje a un lado y otro de la carretera.
A nuestra derecha nos encontraremos con el rosario de las Lagunas del Porcal, las mejores lagunas de todo el Parque Regional del Sureste. Una sucesión de humedales, naturalizados y recuperados, con bosque de ribera compuesto de chopos,  álamos, sauces, fresnos, y extensos carrizales donde podemos encontrar especies tan amenazadas como malvasías cabeciblancas, avetoros, patos colorados, o garzas imperiales. Un poco más adelante nos toparemos con la Laguna de las Madres, una de los mejores ejemplos de recuperación ambiental de un humedal.
A la izquierda de la carretera, se nos muestran un pequeño complejo de lagunas, teniendo la Laguna de la Esperilla como la más representativa.
El aspecto algunas lagunas es lamentable. Algunas convertidas en vertederos y escombreras improvisadas. El colmo de la dejadez medioambiental es la Laguna del Aceite, donde se acumulan 50.000 metros cúbicos de residuos altamente tóxicos. La Laguna de la Esperilla no le va a la zaga, y en ella se llegaron a encontrar hasta seis vehículos abandonados con la consiguiente contaminación del humedal.
La Laguna de las Madres es una zona protegida dentro del Parque del Sureste, qué cuenta con dos lagunas, un embarcadero, un aula de educación ambiental, zonas de juegos para niños, y donde podemos realizar actividades como senderismo, 
observación de aves, una senda botánica, pescar, montar en barca, o montar a caballo.

(Embarcadero en la Laguna de las Madres).

El complejo era una antigua explotación de áridos operativa desde 1966 a 1984, qué tras su abandono, se inició su proceso de restauración medioambiental por parte del Ayuntamiento de Arganda del Rey y posteriormente la Comunidad de Madrid.
La restauración fue tan positiva qué recibió el premio de la Comisión Europea del Medio Ambiente en 1987 y 1995, y el premio J.B de gestión del Parque del Sureste.
Hoy es un humedal más dentro del Parque Regional del Sureste, con buenas muestra de vegetación de ribera como sauces, chopos, álamos, alisos, olmos, carrizales y olivares y pinares, con una variada fauna como ánades reales, fochas comunes, gallinetas o cigüeñas blancas, entre otras especies.
Las Lagunas del Porcal, son sin duda las mejores lagunas de todo el Parque Regional del Sureste. Se encuentran incluidas dentro del Catálogo de Humedales Protegidos de la Comunidad de Madrid, y dentro de la zonificación del parque, tienen máxima protección con la figura de Zona A, reserva integral.
Son una sucesión de humedales, productos de antiguas graveras, y qué se han ido restaurando y naturalizando progresivamente. El proceso de restauración partió de la buena labor de la asociación naturalista Naumanni, en colaboración con la empresa de explotación de áridos.
Son de propiedad privada, lo que favorece su excelente grado de conservación, y sólo se pueden acceder a ellas solicitando una visita organizada por alguna institución pública, o para realizar algún estudio de investigación.
Las lagunas tienen tal valor ecológico qué se han censado en ella hasta 180 vertebrados, algunos de ellos en grave peligro de extinción como el avetoro, contando con la colonia más grande de garza imperial de toda la Comunidad de Madrid.
La Laguna de la Esperilla es un pequeño humedal catalogado como reserva integral. Tristemente famoso por la aparición dentro de sus aguas de seis vehículos abandonados en el 2002. La laguna  tiene focos de escombreras ilegales, y es muy utilizada por los pescadores. Las molestias y los vertidos hacen qué su fauna sea escasa y esquiva, con poco número de especies como fochas comunes, gallinetas o martines pescadores.
La ruta propuesta es una ruta semicircular visitando primero la Laguna de las Madres, a continuación algunas de las Lagunas del Porcal y la Finca la Conejera, para terminar  en la Laguna de la Esperilla. La duración de la ruta son 2 horas y 45 minutos y es de dificultad baja.

(Ruta semicircular de 2 horas y 45 minutos de duración por la Laguna de las Madres, Lagunas del Porcal, Finca la Conejera, y Laguna de la Esperilla).

Como las Lagunas del Porcal no se pueden visitar porque son privadas, las observaremos a distancia, aprovechando la carretera qué desde la Laguna de las Madres va a la empresa Electroflim Española, y como estamos en altura, tendremos una buena perspectiva del conjunto del humedal.
Esta carretera tiene mucho tránsito de camiones entre semana, procedentes de las explotaciones de áridos, por lo qué extremaremos las precauciones cuando transitemos por ella.
Accesos a la Laguna de las Madres.
-En coche. Autovía A-3 Madrid-Valencia salida 21. Luego coger la M-832. 30 minutos desde Madrid.
-En autobús. Línea 336 Madrid-Morata de Tajuña, y línea 337 Madrid-Valdelaguna. Bajarse en la parada de las antenas de Radio Nacional de España. Los autobuses salen desde la Plaza de Conde de Casal.
-En bicicleta. Desde la estación de metro de Rivas-Vaciamadrid. Llegar hasta la entrada de la Laguna del Campillo y luego cruzar el Puente de Arganda hasta la M-832. Extremar las precauciones por esta carretera, ya qué tiene bastante tráfico rodado.
Este es el relato de una ruta qué realicé a finales de Noviembre de 2016.
El autobús 336 me dejó muy cerca de la entrada del complejo de la Laguna de las Madres. Tras unos metros andando desde la parada del bus, llegué a la entrada de la laguna donde un gran cartel me daba la bienvenida, así como unos carteles informativos sobre su proceso de restauración. 

(Cartel de bienvenida a la entrada de la Laguna de las Madres).

Tras pagar el simbólico precio de 1 euro la entrada me encontraba en la orilla del embarcadero, desde donde tenía una magnífica panorámica de la primera laguna, la más grande. En una de sus orillas graznaban a pleno pulmón una buena bandada de ocas domésticas mezcladas con un par de ánades reales.

(Ánades reales, anas platyrjynchos).

La laguna después de su restauración presentaba un aspecto magnífico, con una variada vegetación de ribera compuesta por olmos, sauces, chopos, alisos y un extenso carrizal, al que nadie diría qué hace unas décadas aquello fue una explotación de áridos.
Comencé a rodear la laguna por su flanco derecho siguiendo los carteles de la senda botánica. Me encontré con una hilera de olivos, de donde salió volando un mirlo común, y poco después un nutrido grupo de gorriones comunes.
Una valla metálica separaba el complejo de la Laguna de las Madres con las primeras lagunas del Porcal.
Pasado un pequeño parque infantil con columpios, comenzaron a hacer acto de aparición los primeros conejos.
En la copa de un gran olivo había un gran revuelo de mosquiteros comunes, y más adelante un simpático petirrojo europeo me brindo unos valiosos minutos para poder fotografiarlo.

(Petirrojo europeo, erithacus rubecula).

Desde un mirador de madera tenía unas buenas vistas de toda la laguna. A pesar de su magnífico aspecto en lo referente a la vegetación, la sensación era de escasa actividad faunística, seguramente producida por la cantidad de gente qué viene a visitarla, y la gente qué viene a pescar y montar en barca. En unos minutos de espera sólo puede añadir a la lista varias fochas comunes y una solitaria gallineta común.

(Fochas comunes, fulica atra).

Una parte de la valla estaba más baja lo qué me permitió ver parte de una de las lagunas del Porcal. Allí la actividad animal era frenética. Primero descubrí un pito real ibérico subido en un chopo seco. Después el turno fue para una hembra de aguilucho lagunero occidental, y posteriormente entraron en escena varios cormoranes comunes.
Continué mi camino y llegué a una pequeña laguna qué apenas tenía agua, y se conectaba con la grande y por un pequeño arroyo.
Tras un tupido bosque de tarayes, a lo lejos se volvían a ver las Lagunas del Porcal. Según caía la tarde comenzaban a entrar a sus dormideros multitud de gaviotas. El primer turno era para las gaviotas reidoras y en segunda tanda comenzaron a llegar las gaviotas sombrías. Entre tanta algarabía, se mezclaban algunas cigüeñas blancas.
Aparecí en la orilla de otra laguna más pequeña, qué luego vería con mejor perspectiva desde la carretera qué rodea la Laguna de las Madres. Poseía una buena formación de carrizo, pero tenía la misma sensación de poca actividad animal como la anterior laguna. De una espera de varios minutos obtuve poco bagaje, sólo un juguetón zampullín común.
Subí a una pequeña loma qué era coronada por un bosquete de pinos piñoneros. En lo alto del cielo, con unos vuelos malabares de lo más estrambóticos, una lavandera blanca trataba de capturar unos pocos mosquitos.
El pinar tenía un magnífico aspecto, pero en él no encontré nada interesante, sólo un pequeño grupo de urracas muy bullicioso.
Desde las alturas del pinar tenía unas excelentes vistas a las Lagunas el Porcal, y los cantiles de la Marañosa.

(Vistas de los cantiles de la Marañosa al fondo, desde las Lagunas de las Madres).

Posteriormente crucé un puente de hierro qué separa las dos lagunas  con espléndidas vistas a la zona del embarcadero.
En una boya de la laguna se posó una intrépida lavandera cascadeña qué hacía equilibrio para no caerse de semejante atalaya.
Antes de abandonar la Laguna de las Madres, vi posado sobre un poste de madera un macho de colirrojo tizón.
Según salía a la carretera, en un poste eléctrico había una inmensa concentración de estorninos negros qué a buen seguro se estaban comentando entre ellas las andanzas qué habían tenido en el día.

(Estornino negro, sturnus unicolor).

La zona de la izquierda de la carretera qué bordeaba la Laguna de las Madres era ocupada por una antigua gravera, ahora invadida por la vegetación arbórea. En lo alto de un chopo pude avistar un cernícalo vulgar.

(Cernícalo vulgar, falco tinnunculus).

Proseguí mi camino por la carretera con vistas a las Madres y las Lagunas del Porcal.
Los primeros bandos de palomas torcaces comenzaban a congregarse en sus dormideros, en las copas más altas de los árboles.

(Palomas torcaces, columba palumbus).
Las cunetas de la carretera eran ocupadas por vegetación gipsófila, pequeños arbustos como la ontina adaptada a estos terrenos tan áridos y salinos. Y estos arbustos eran un buen refugio para las esquivas currucas cabecinegras, de las qué vi varios ejemplares a lo largo del camino.
Seguía disfrutando de unas magníficas vistas de todo el complejo lagunar del Porcal, aunque eso sí, con los prismáticos para ver la lámina de agua qué me dejaba ver la vegetación de ribera, y en una orilla de una de la lagunas pude detectar una garza real.
El vuelo rasante de un busardo ratonero hizo qué cientos de gaviotas reidoras volaran asustadas en todas direcciones.
Ya comenzaba a ver las primeras casas de la Finca la Conejera. Cerca de ella había una pequeña dehesa con encinas muy jóvenes. Entre esta formación se intercalaban algunos almendros más viejos, donde pude sorprender a un pinzón vulgar.

(Dehesa de encinas en la Finca la Conejera).

Llegué a la entrada de la finca, con los oportunos carteles de prohibido el paso. Un poco más al frente la carretera estaba cortada por una cancela, qué daba entrada a una explotación de áridos. El cambio de paisaje era radical.
De pasar de un variado bosque de ribera, a una enorme explanada de tierra, sólo rota por una hilera de olivos qué flanqueaban una pequeña carretera de entrada a la gravera. Allí decidí hacer un barrido con los prismáticos a ver si veía algún ave esteparia. La espera tuvo su recompensa al ver unos cuantos ejemplares de avefrías europeas.
El sol se iba poniendo por detrás de los cantiles de la Marañosa, así qué decidí acelerar la marcha si quería echar un últimos vistazo a la Laguna de la Esperilla, antes de qué me quedase sin luz.
Dentro de la Finca la Conejera vi una antigua laguna qué ahora estaba seca. En medio de una pequeña isla de tierra llegó la primera sorpresa de la tarde. Un jovial zorro común estaba tranquilamente tumbado en sus labores de aseo. Estaba tan atento a sus quehaceres qué durante unos minutos no se dio cuenta de qué lo estaba observando desde la altura de la carretera. Cuando se percató de mi presencia, se levantó con su elegante porte, y durante unos minutos tuvimos un interesante intercambio de miradas. Cuando se aburrió de este duelo, comenzó a trotar elegantemente y se perdió entre una zona enmarañada de carrizo.

(Zorro común, vulpes vulpes).

Todavía sin recuperarme de este curioso encuentro, al poco rato llegaría la segunda sorpresa del día. Desde la carretera tenía la visión de una pequeña parte de una laguna, qué comenzaba a desecarse. Tenté a la suerte y desde un talud elevado comencé a explorarla con los prismáticos.
Al principio parecía qué estaba carente de vida, pero al rato vi 3 patos qué se dirigían a su margen derecha. Y cuál fue mi sorpresa al descubrir qué se trataban de 1 macho y 2 hembras de patos colorados.

(Patos colorados, netta rufina).

Debajo del talud había una pequeña formación de almendros y en sus ramas pude ver un par de mitos y un herrerillo común.
En la primera gravera abandonada sin agua, donde vi el cernícalo vulgar, casi en el mismo lugar, pude advertir la presencia de un alcaudón real.

(Alcaudó real, lanius meridionalis).

El sol ya se había puesto y ya me quedaban pocos minutos para no tener luz así qué decidí echar un vistazo a la Laguna de la Esperilla.
Lo que más te llama la atención de la laguna son dos cosas, la sensación de ser un desierto biológico, y el azul turquesa de sus aguas.

(Laguna de la Esperilla).

Allí agazapado tras el tronco gran sauce, estuve esperando a ver si me llevaba alguna sorpresa de última hora, hasta qué los últimos rayos de luz me dejasen ver algo.
Los minutos pasaban y allí no se movía nada. Tras un buen rato sólo pasaron ante mis prismáticos una focha común y una gallineta común.
Cuando ya decidí levantar el campamento, pasó raudo y veloz a toda velocidad un martín pescador qué cerraba la lista de esta jornada tan interesante.
¡A qué esperáis para colgaros vuestros prismáticos y cámara de fotos, y venir a descubrir este espacio tan interesante!
¡Felices avistamientos!
© Rafa Ac.
Termino el relato adjuntando la lista de especies avistadas durante la ruta.
FAUNA DE LA LAGUNA DE LAS MADRES, EL PORCAL Y LA ESPERILLA
AVES
MAMÍFEROS
Aguilucho lagunero occidental
Conejo
Alcaudón real
Zorro común
Ánade real
Avefría europea
Busardo ratonero
Cernícalo vulgar
Cigüeña blanca
Colirrojo tizón
Cormorán grande
Curruca cabecinegra
Focha común
Gallineta común
Garza real
Gaviota reidora
Gaviota sombría
Gorrión común
Herrerillo común
Lavandera blanca
Lavandera cascadeña
Martín pescador
Mirlo común
Mito
Mosquitero común
Oca doméstica
Pato colorado
Paloma torcaz
Petirrojo europeo
Pinzón vulgar
Pito real ibérico
Urraca
Zampullín común