martes, 13 de octubre de 2015

RUTA POR PARLA Y FUENLABRADA

RUTA POR FUENLABRADA Y PARLA. EL CERRO DE LA CANTUEÑA.

Cerro de la Cantueña. El cerro vertedero.
La fosa del Tajo, a la que pertenece el gran sur metropolitano madrileño, se caracteriza por su uniformidad y horizontalidad. Paisajes de amplias estepas cerealistas, con escasos relieves qué resalten sobre el paisaje mesetario. Este paisaje a veces tan plano y apaisado, es roto por una serie de cerros testigos qué gracias a la naturaleza de sus materiales, han soportado la erosión constante de las escorrentías y la erosión eólica.
Ejemplos de estos hitos paisajísticos son los cerros de Buenavista y Los Ángeles en Getafe, el Cerro de Almodóvar en el distrito de Vicálvaro, el Cerro Cabeza Fuerte en Pinto, el Cerro del Telégrafo en Rivas-Vaciamadrid y el Cerro de la Cantueña entre Parla y Fuenlabrada, al qué dedicaremos esta nueva entrada del blog.
El Cerro de la Cantueña se encuentra enclavado entre los municipios de Parla y Fuenlabrada. Limita al Norte con el polígono industrial de la Cantueña (Fuenlabrada), al Sur con la población de Parla, al Oeste con la Autovía A-42 y al Este con las vías del Cercanías a Parla.

(Cerro de la Cantueña. Aún se pueden contemplar en él, antiguos restos de almendrales, olivares y coscojares).

La composición material del cerro está compuesta por una mezcla de arenas, arcillas, calizas y pequeñas intrusiones de sílex. Estos materiales hacen qué el suelo sea muy pobre, en algunos casos con alto grado de salinidad.
El cerro históricamente ha soportado una intensiva explotación agrícola y a día de hoy sólo quedan retazos de antiguos olivares, almendros, qué se mezclan con repoblaciones de pinos carrascos, piñoneros, falsas acacias y algarrobos, quedando aún ejemplares dispersos de un antiguo coscojar. A pesar de esta intensa transformación, la biodiversidad botánica es sorprendente, con 271 especies catalogadas, contando con 10 endemismos ibéricos. Cabe destacar la existencia de arbustos qué crecen en entornos salinos como la gayomba.
En lo alto del cerro, en su parte más llana, existen grandes extensiones de estepas cerealistas, de gran valor paisajístico y para la fauna qué lo habita.
La riqueza zoológica no se queda atrás, contando con 91 especies de aves catalogadas, 12 de mamíferos, y 7 de reptiles. El cerro es un oasis biológico para especies de aves esteparias y forestales.
A todo este patrimonio natural hay que añadirle el arqueológico, ya que el cerro cuenta con la figura de protección de “Bien de Interés Cultural” con categoría de zona arqueológica.
A pesar de todos estos valores, el cerro ha sufrido la dejadez y mala gestión por parte de los ayuntamientos de Fuenlabrada y Parla, y del gobierno regional. La historia del cerro no ha estado exenta de polémicas y malas prácticas.
Hasta 1993 estaba convertido en una gran escombrera donde cientos de camiones arrojaban los desechos apilándolos a su suerte. En esas fechas se intentó hacer un ambicioso proyecto de repoblación forestal qué se quedó en buenas promesas. Posteriormente se proyectó en sus faldas una gran macro-urbanización qué afortunadamente se frenó por la crisis. El último impacto sufrido por el cerro, ha sido la construcción del parque de bomberos, qué destruyó un importante y primitivo bosquete de almendros de gran tamaño.
A día de hoy, el cerro no se libra de los vertidos incontrolados, las sendas abiertas por la práctica del motocross, o un reciente incendio forestal.

(Actualmente aún quedan escombreras ilegales en varios puntos del cerro).

Desde aquí aprovecho para hacer un llamamiento para la protección de este espacio con valores naturales tan notables, qué merece poseer alguna figura de protección, y se convierta en un auténtico pulmón verde para los habitantes de Fuenlabrada y Parla, y por extensión, para todos los madrileños.
La ruta propuesta es una ruta circular por todo el cerro con salida y llegada a la parada del tranvía de Julio Romero de Torres. Su duración es de 2 horas y 30 minutos y la dificultad es fácil.
Accesos al cerro de la Cantueña.

(Ruta circular de 2 horas y 30 minutos de duración por el Cerro de la Cantueña).

-En coche. Coger la A-42 Madrid-Toledo hasta la salida 19B, y luego la M-408 hasta la entrada al parque de bomberos. 30 minutos desde Madrid.
-En cercanías. Líneas C4A y C4B Atocha-Parla. Luego coger el tranvía de Parla hasta la estación Julio Romero de Torres. Unos 30 minutos. Posteriormente andar unos 10 minutos desde la parada del tranvía hasta la entrada al parque de bomberos.
-En autobús. Línea 462. Getafe-Parla. Bajarse en la Calle Real y o bien coger el tranvía en la parada de la Ballena, o andar hasta parque de bomberos. 10 minutos andando.
-En bicicleta. El cerro cuenta con pistas en buenas condiciones para hacer la ruta en bici. Salir desde la estación de Cercanías de Parla.
Este es el relato de una ruta qué realicé a comienzos del Otoño de 2015.
Tras un agradable trayecto en tranvía, me bajé en la parada Julio Romero de Torres para dirigirme a la carretera del parque de bomberos. Allí hice un pequeño alto en el camino para preparar los prismáticos y la cámara de fotos.
Desde el puente que cruza la vía del tren de cercanías, hay unas buenas vistas de los taludes de esta, donde los conejos viven a sus anchas, sin apenas depredadores qué los molesten. Estos taludes están cubiertos por una importante masa de retamas de bolas y vistosos ejemplares de gayombas, qué son unos arbustos adaptados a vivir sobre suelos salinos. Cerca de ellas, dos colirrojos tizones jugaban a perseguirse.

(Formación mixta de retamas de bolas y gayombas).

Subí una pequeña loma qué conducía a un gran depósito de agua. A su derecha se encontraba los restos de un gran olivar, con ejemplares de gran porte. Con el calor reinante de aquella jornada, aproveché la sombra de un voluminoso olivo para hacer una espera, y descansar un poco.
Comencé a oír el canto de una curruca cabecinegra y tras mucha paciencia pude descubrir qué la tenía justo encima de las ramas de olivar donde me encontraba.

(En el Cerro de la Cantueña aún existen olivos de gran porte, de un antiguo olivar más extenso).

A lo lejos, en un claro del olivar, comenzó la actividad de algunas especies. Primero fue el turno de un bando de estorninos negros, luego se posó una abubilla, y por último unos juguetones mosquiteros musicales en pleno paso postnupcial, volaban del suelo a las ramas de los olivos.
Continuando el camino, llegué a los restos de un antiguo coscojar. Allí, en una coscoja qué desafía la pendiente, y la sequedad del terreno había posado un mirlo común. Tras él, en los cables de un tendido eléctrico, estaban posadas, haciendo equilibrio, dos tórtolas turcas.

(Tórtolas turcas. Streptopelia decaocto).

Antes de llegar a la base del cerro, el borde del camino era ocupado por un almendro de considerables dimensiones. La densidad de su ramaje, era aprovechada por una gran concentración mixta de gorriones comunes y molineros, qué buscaban un resquicio de sombra.
Arribé a la cima del cerro, donde había unas zonas de estepa y barbecho de lo más interesante. Los bordes del camino eran flanqueados por hileras de plantaciones de falsas acacias y algarrobos. En uno de estos últimos había posado un busardo ratonero, qué huyó raudo y veloz ante mi presencia. Poco después le tocó el turno a los papamoscas cerrojillos muy visibles en época de paso, y qué no paraban de volar inquietos desde el suelo a las ramas de las falsas acacias.

(Papamoscas cerrojillo, ficedula hypoleuca).

Comencé a oír el canto melodioso de los jilgueros, y desde unos cardos cercanos, volaron para posarse en las ramas de un almendro.

(Jilgueros, carduelis carduelis).

Según recorría el camino de la zona de la estepa, iba levantando a las cogujadas comunes.
Tras un buen rato de camino llegué a una valla qué tenía puesta la indicación de coto de caza. Pensé qué el cercado no tenía ninguna entrada abierta, y comencé a impacientarme, pues no tenía muchas ganas de dar un gran rodeo con la caminata qué ya llevaba encima, y quería entrar en la zona del pinar. Afortunadamente, a escasos metros, la valla tenía una entrada abierta.
Aquella zona del cerro estaba ocupada por un denso pinar de pino carrasco, tanto qué proporcionaba grandes tramos de sombra. En el suelo, en un gran de acículas de pino, había una buena conglomeración de urracas.

(El Cerro de la Cantueña cuenta con importantes masas de pino carrasco de repoblación).

Según bordeaba la pendiente del cerro en dirección a la A-42 las vistas eran fastuosas. Se podían ver varios municipios del sur madrileño: Parla, Fuenlabrada, Getafe, Humanes, y al fondo el sur de la ciudad de Madrid. Desde ese punto se podía ver a la vez el Sistema Central, y las estribaciones de los Montes de Toledo. En aquel momento qué estaba ensimismado con aquellas excelentes vistas, un ave de color oscuro cayó en picado en un pino cercano. Al principio pensé qué se trataba de un críalo por el color tan gris, pero no me cuadraba por las fechas otoñales en la que nos encontrábamos. Cogí los prismáticos y apuntando hacia el pino qué se posó, me llevé la sorpresa del día. ¡Un gavilán común! Eché mano de la cámara para hacerle una foto, pero cuando se percató de mi presencia, voló apresurado, para perderse en lo más profundo del pinar.
Hice un barrido por las nubes con los prismáticos y pude ver qué aún quedaban rezagas algunas golondrinas comunes, de las qué apuran el paso migratorio.
Al llegar a la zona norte del cerro, me topé con la impactante imagen del polígono de la Cantueña, perteneciente ya a Fuenlabrada. Parte del polígono, literalmente, se come parte del cerro. Aquella zona había sufrido un incendio reciente, y el paisaje era de lo más desolador. En la parte baja de una suave loma, entre unos olivares, descansaban bajo la sombra, dos perdices rojas.

(Perdices rojas, alectoris rufa).

Más adelante, en una zona de barbecho qué no se había quemado, había una gran masa mixta de pardillos comunes y pinzones vulgares.
La valla perimetral del cerro qué lo separaba del polígono volvía a estar ocupada por un denso pinar, y allí anoté dos especies más: herrerillo común y verderón común.
Descendí por una pequeña vaguada, formada por un antiguo arroyo seco, qué desembocaba en una charca qué estaba completamente seca. Esa charca, cuando tuviese agua, tenía muy buena pinta, a modo de oasis, para hacer unas cuantas esperas. Cerca de ella, en el suelo, había posado un pito real, buscando hormigas en el suelo.
En aquella zona había varios focos de escombreras ilegales, con un gran impacto visual.
Tras varios minutos de camino volvía a la entrada de la valla del coto de caza, y sobre ella posada, había un juguetón papamoscas gris.
En la zona de las falsas acacias se arremolinaban grandes bandos de palomas torcaces.

(Palomas torcaces, columba palumbus).

El camino de la base del cerro hacia el parque del bombero descendía por una suave loma, qué agradecí después de una buena caminata. Antes de llegar al tranvía, y repasando mentalmente la lista de  avistada, con la última vista al cerro, reflexionaba sobre el gran potencial qué tendría el cerro como oasis biológico, si se impulsaran algunas medidas correctivas. Ahí dejo en el aire la sugerencia.
¡Felices avistamientos!.
Como colofón a esta ruta tan interesante, añado la lista de especies avistadas en ella.
© Rafita Almenilla.

FAUNA DEL CERRO DE LA CANTUEÑA
AVES
MAMIFEROS
Abubilla
Conejo
Busardo ratonero
Cogujada común
Curruca cabecinegra
Estornino negro
Gavilán común
Golondrina común
Gorrión común
Gorrión molinero
Herrerillo común
Jilguero
Mirlo común
Mosquitero musical
Paloma torcaz
Papamoscas cerrojillo
Papamoscas gris
Pardillo común
Perdiz roja
Pinzón vulgar
Pito real
Tórtola turca
Urraca
Verderón común

domingo, 11 de octubre de 2015

RUTA POR FUENLABRADA Y PARLA.

RUTA POR FUENLABRA Y PARLA. PARQUE DE VALDESERRANO.

Arroyo  Valdeserranos Oasis estepario.
El gran Sur Metropolitano Madrileño está salpicado por grandes extensiones de estepas artificiales cerealistas, resultado de una gran explotación agrícola a lo largo de los siglos.
A través de la ventana del coche, o de la ventanilla del Cercanías, al viajero se le presentará un paisaje, qué en muchas ocasiones, está infravalorado. No son nuestros paisajes ideales, dada la escasez de vegetación, su práctica uniformidad y horizontalidad, sólo rota por algunos cerros testigos. Si a todo esto le sumamos en qué observándolos en época estival predominan los pastos secos, y los colores ocres y pardos, nos llevaremos una sensación de lugares yermos, inhóspitos y carentes de vida.

(Estepa cerealista en el municipio de Fuenlabrada).

¡Nada más lejos de la realidad! Estos ecosistemas artificiales son el hábitat de numerosas aves esteparias, muchas de ellas en peligro de extinción. Así, hoy en día,  en las estepas de municipios como Getafe, Pinto, Valdemoro, Parla, o San Martín de la Vega entre otros, podemos deleitarnos con avistamientos tan interesantes como bandos de avutardas, aguiluchos cenizos, alcaravanes, o sisones.
Ejemplos de este conjunto de estepas, amenazadas por las infraestructuras y la vorágine urbanística son los Estragrales de Pinto, o las estepas del Cerro Cabeza Fuerte también en este municipio, o el Espartal de Valdemoro.
Toda esta biodiversidad ornitológica se ve multiplicada si estas estepas son cruzadas por algún curso de agua como un arroyo estacional o permanente, existencia de alguna laguna, o algún coscojar, olivar o repoblación de pino carrasco. Estos microsistemas, dentro de la estepa, actuarán como un foco de atracción para numerosas especies tanto locales, como en paso, estivales o invernantes.
Los cursos de agua son habitados por pequeños paseriformes como petirrojos, tarabillas comunes y norteñas, o mosquiteros comunes y musicales. Las lagunas, por gallinetas, fochas, y gaviotas sombrías y reidoras. Los pequeños bosquetes de pino carrasco y olivares son nichos ideales para numerosas rapaces como mochuelos, busardos ratoneros, o búhos chicos.
El Arroyo de Valdeserranos en el término municipal de Fuenlabrada, es un claro de ejemplo de corredor verde qué conecta las estepas de  Fuenlabrada, Parla y Getafe, con el Parque Regional del Sureste, al ser tributario de la cuenca del Arroyo Culebro.
Este arroyo estacional cruza el Parque Natural de Valdeserrano. Un enorme parque periurbano con una extensión de 83.270 m2, enclavado al Sur del municipio de Fuenlabrada.

(Entrada al Parque de Valdeserrano, Fuenlabrada).

El parque está constituido por el arroyo, un pequeño reducto de bosque de ribera, y grandes extensiones de estepas cerealistas. Su vegetación está compuesta por especies como pinos piñoneros, pinos carrascos, chopos, olmos, cipreses, plátanos de sombra, y un pequeño de reducto de un antiguo coscojar de ejemplares de gran porte.
El cauce del arroyo está flanqueado por formaciones de carrizo, juncos churreros, y otras especies de arbustos como majuelos.
La vegetación esteparia es rala y escasa, con algunos arbustos como retamas de bolas, y algunas formaciones de olivares.
Fuera del parque, pero continuando por el cauce del arroyo, a la altura del Barranco de Loranca (el emplazamiento primigenio de lo qué después sería Fuenlabrada) existen pequeñas restos de árboles del paraíso.
Próximo al parque se encuentra la estación clasificadora y planta de residuos inertes de las Mulas. La planta continúa en funcionamiento y el vertedero ha sido sellado y se encuentra en proceso de restauración, y en él se han plantado pinos carrascos, piñoneros, quejigos, encinas y coscojas.

(Vertedero de residuos inertes de Las Mulas. En proceso de restauración paisajística).

El parque es una zona de ocio y esparcimiento para los lugareños debido qué el día 9 de Marzo se celebra en él la festividad de San Juana, más conocido por la Fiesta de la Tortilla, donde la gente va a comer tortilla y a pasar el día en el parque.
A lo largo del recorrido del arroyo se pueden ver alguna de las fuentes qué aún se conservan y las cuales hacen referencia a la etimología del municipio y su pasado ganadero y agrícola. “De una fuente labrada a cal y canto hoy desaparecida, debe su nombre Fuenlabrada”.

(La toponimia de Fuenlabrada hace referencia a "una fuente labrada a cal y canto hoy desaparecido. En el Arroyo Valdeserranos podemos encontrar esta fuente, una de las antiguas qué había a lo largo de su cauce).

La ruta propuesta es una ruta lineal desde la estación de Cercanías de Fuenlabrada, acabando en la de Parla, visitando el Parque de Valdeserrano y su arroyo, y el Barranco de Loranca. La ruta tiene una duración aproximada de 2 horas y media, y la dificultad es fácil.
Accesos al Parque de Valdeserrano.

(Ruta lineal desde Fuenlabrada a Parla por el Arroyo de Valdeserranos, de unas 2 horas y 30 minutos de duración).

-En coche. Coger la A-42 Madrid-Toledo hasta la salida 15B. Luego la M-506 y después la M-405. 30 minutos desde Madrid.
-En autobús. Desde la estación de Cercanías de Humanes coger la línea 471 y bajarse en la calle Luis Sauquillo. Unos 10 minutos en autobús, y luego desde la parada andar otros 15 minutos aproximadamente.
-En Cercanías. Desde la estación de Fuenlabrada central, andando por la calle Luis Sauquillo hasta el Camino Fuente de los Cantos, donde está la entrada al parque. 20 minutos andando desde la estación de tren.
-En bicicleta. Recomendable la ruta desde la estación de cercanías de Fuenlabrada a Parla. 45 minutos aproximadamente.
Este es el relato de una ruta qué realicé a comienzos del Otoño de 2015.
Recién estrenada la nueva época otoñal, un calor sofocante me recibió al bajarme de la estación de Cercanías de Fuenlabrada. Tras callejear durante media hora e ir apuntando las primeras aves urbanitas como gorrión común, estornino negro y paloma torcaz, llegué al camino de entrada al Parque de Valdeserrano.
Me llamó la atención los grandes ejemplares de coscoja qué hay en el camino de la entrada del mismo. Testigos mudos de un pasado mejor, donde estas formaciones arbóreas cubrían amplias extensiones del sur metropolitano madrileño.

(Grandes ejemplares de coscoja se pueden contemplar a la entrada al Parque de Valdeserrano).

Estas coscojas eran flanqueadas por otras especies como pinos carrascos, pinos piñoneros y cipreses, y ofrecían una buena sombra en estas zonas esteparias donde los árboles brillan por su ausencia.
El pinar de repoblación se iba haciendo cada vez más compacto, y tal espesura era aprovechada por especies como urracas y tórtolas turcas. En el suelo, sobre un gran manto de acículas de pino resecas, varios ejemplares de mirlo común trillaban el suelo con el pico en busca de alguna incauta lombriz.
En un talud cercano al arroyo, una gran formación de cardos secos era literalmente ocupada por una buena tropa mixta de verderones comunes y jilgueros en busca de las apetitosas semillas de cardo, verdadero manjar para estas aves.

(Verderón comun, carduelis chloris).

Pocos metros después llegué a un cruce de caminos, donde un cartel me recordaba las medidas de conservación del parque, qué nunca está de más ponerlas en práctica para conservarlo.
Me fui pegando poco a poco al cauce del arroyo. Estaba completamente seco, y en sus márgenes había una pequeña representación de bosque de ribera con bonitos ejemplares de álamos, aparte de chopos, eucaliptos, olmos y pinos piñoneros.

(Arroyo de Valdeserranos seco durante la época estival).

Poco a poco una multitud primero silenciosa y luego locuaz de papamoscas cerrojillos comenzaron a dejarse ver. Estábamos en pleno paso potsnupcial, y se notaba su frenesí y actividad, con vuelos desde el suelo a las ramas de unos fresnos cercanos.

(Papamoscas cerrojillo, ficedula hypoleuca).

En lo alto de unas escombreras corrían a toda velocidad un pequeño bando de perdices rojas. Algunas se quedaron observándome aprovechando la escombrera como atalaya improvisada.

(Perdiz roja, alectoris rufa).

Continúe avanzando por el cauce del arroyo. Según iba descendiendo por el camino, la masa de juncos churreros de su cauce de hacia cada vez más compacta, señal de qué aún brotaba la humedad desde las capas freáticas. Estas masas arbustivas eran aprovechadas por las tarabillas. Primero hicieron aparición las tarabillas comunes, y poco después dos bellos ejemplares de tarabilla norteña.
A lo lejos, a mi derecha, quedaba el vertedero de inertes de Las Mulas. Sellado, y en proceso de restauración. Los primeros pasos de restauración se dejaban ver y poco a poco, y la gran escombrera se iba tiñendo de verde con las repoblaciones de encinas, pinos carrascos, pinos piñoneros y coscojas.
En un claro de un pinar de pino piñonero, me paré a observar un pito real qué estaba ensimismado comiendo hormigas qué encontraba en el suelo.
El pequeño valle qué configuraba el arroyo, era flanqueado por ligeras lomas ocupadas por estepas cerealistas, de atractivo valor paisajístico. En ellas correteaban un pequeño grupo de conejos, qué con sus travesuras levantaron el vuelo a dos cogujadas comunes.
Crucé la carretera del camino de Las Mulas, muy transitada por camiones qué llevan los desperdicios a la planta de tratamiento y reciclaje. Aquí el aspecto del arroyo no podía ser más desolador. La gran cantidad de plásticos qué transportaba el viento iban a parar a él, y a la vegetación qué florecía al lado de su cauce. No estaría de más tomar algún tipo de medida ante este impacto ambiental.
Después de un buen rato de paseo, la basura dejó pasó a un cauce más limpio y a otra zona esteparia de lo más interesante. Una liebre común, aguantó encamada todo lo que pudo, hasta qué estuve a pocos metros de ella. Sobre un cardo lejano, oteando el horizonte había posado un alcaudón real, y justo delante de él, varias perdices rojas correteaban al unísono.
Llegué al cruce del camino histórico de Fuenlabrada a Parla, en el Barranco de Loranca, donde según las crónicas, se hallaba el primitivo emplazamiento de Fuenlabrada.

(Camino de Fuenlabrada a Parla, cercano al Barranco de Loranca, donde se encontraba el emplazamiento primigenio de Fuenlabrada).

Aproveché una gran loma, para subirme y tener una mejor visión del arroyo.
Esta zona era ocupada por un pequeño bosquete de árbol del paraíso, y la verdad es qué aquel hito paisajístico era una auténtica mina, pues era un foco de atracción para numerosos pequeños pajarillos. En el rato qué estuve haciendo una espera se posaron en él, verdecillos, jilgueros, mosquiteros musicales, y gorriones molineros. Las tarabillas norteñas volvieron a hacer acto de presencia, pero en los juncos churreros del arroyo.
Tras un buen rato deleitándome continué mi camino en dirección a Parla. Antes de subir el puente qué cruzaba la M-419, un busardo ratonero volaba en la línea del horizonte, y tras varios planeos se perdió tras el vertedero.
Tras cruzar el puente llegué a una zona de barbecho pegada a la A-42. El ruido del tráfico auguraba qué pocas especies iba a ver ya. La excepción la puso un asustado cernícalo vulgar qué huía del incesante acoso de un nutrido grupo de urracas. Tras varios vuelos angustiosos, pudo deshacerse de ellas, y se posó en una torreta eléctrica.

(Cernícalo vulgar, falco tinnunculus).

El suelo arado era aprovechado por varias lavanderas blancas en busca de insectos.
Antes de llegar a un centro comercial me aproximé a una pequeña charca qué visité el año pasado. Decepcionado pude comprobar los rigores del estío. Se encontraba completamente seca, con el barro cuarteado, y sobre él varios conejos con la mirada pérdida, como si estuviesen esperando expectantes la llegada de las tan ansiadas lluvias otoñales, qué llenaran su laguna.
Tras cruzar el puente sobre la A-42 me encontré con una urbanización de chalets, ya en el municipio de Parla, qué tenía a su alrededor un pequeño parque.
Allí como telón final, me encontré un osado papamoscas cerrojillo qué intentaba hincarle el pico a una escurridiza polilla. Tras varios angustiosos intentos, se pudo dar un buen festín. Esta bonita estampa ponía el punto y final a una jornada tan interesante.

(Papamoscas cerrojillo, ficedula hypoleuca).

¡A qué esperáis para calzaros las botas, coger vuestros prismáticos, cámara de fotos, y cuaderno de campo y disfrutar de este espacio tan interesante!.
¡Felices avistamientos!.
© Rafita Almenilla.
Termino el relato, añadiendo la lista de especies avistadas durante la ruta.

FAUNA DEL PARQUE DE VALDESERRANO
AVES
MAMIFEROS
Alcaudón real
Conejo
Busardo ratonero
Liebre común
Cernícalo vulgar
Cogujada común
Estornino negro
Gorrión común
Gorrión molinero
Jilguero
Lavandera blanca
Mirlo común
Mosquitero musical
Paloma torcaz
Papamoscas cerrojillo
Perdiz roja
Pito real
Tarabilla común
Tarabilla norteña
Tórtola turca
Urraca
Verdecillo
Verderón común

martes, 29 de septiembre de 2015

RUTA POR CIEMPOZUELOS

RUTA POR CIEMPOZUELOS. SOTO GUTIÉRREZ Y REAL ACEQUIA DEL JARAMA.
Soto Gutiérrez y Real Acequia del Jarama. Aves entre reses bravas.
En un espacio tan extenso como es el Parque Regional del Sureste, dan cabida numerosas actividades económicas, qué tienen un impacto y una notable repercusión en sus paisajes y ecosistemas. Las principales actividades qué vamos a encontrar en este espacio protegido son la agricultura (secano y regadío), la actividad minera (relacionada con la extracción de áridos), la caza (caza menor), y la ganadería (ovino, caprino, equina y reses bravas). Todas estas actividades configuran un variado mosaico de paisajes como olivares, maizales, lagunas artificiales, repoblaciones forestales de pino carrasco, o lagunas para abrevar el ganado.
La ganadería ha ido perdiendo importancia con el paso de los años, en detrimento de la agricultura de regadío. Se ha convertido en una actividad residual. Actualmente quedan algunos ganados ovinos qué practican las trasterminancia por los municipios de Getafe, Pinto, o Mejorada del Campo.
Encontramos escasas explotaciones de caprino, como las de la finca del Espartal, entre los municipios de Valdemoro, Ciempozuelos y San Martín de la Vega.
Las explotaciones equinas se asocian a actividades recreativas, como los picaderos qué existen en Aranjuez, Ciempozuelos, o San Martín de la Vega.
A día de hoy, todavía podemos encontrar explotaciones de reses bravas, circunscritas a las vegas bajas de los ríos Manzanares y Jarama, y qué a veces aprovechan las escasas dehesas de fresnos qué aún se conservan en el parque.
Un ejemplo de ellas es Soto Gutiérrez en Ciempozuelos. La explotación data del Siglo XIX. Una explotación mixta de reses bravas con huertas dedicadas al cultivo del maíz y productos hortofrutícolas.

(En Soto Gutiérrez predominan los cultivos de regadíos, en especial el maíz).

La existencia de reses bravas, unida a las charcas artificiales qué se crean para qué abreve el ganado, son un foco de atracción para numerosas especies de aves. Así, en los prados donde el pasta el ganado, podemos observar con un poco de paciencia lavanderas boyeras, garcillas bueyeras, tarabillas comunes y norteñas, o avefrías.
La riqueza natural de la zona se completa con un pequeño complejo lagunar, unas naturales y otras procedentes de una gravera cercana.
La ruta propuesta es una ruta lineal con inicio en la estación de Cercanías de Ciempozuelos hasta las lagunas de Soto Gutiérrez, ida y vuelta, pasando por un tramo de la Real Acequia del Jarama.
Su duración aproximada son 4 horas y grado de dificultad es moderado, debido a la distancia qué hay que recorrer desde la estación de Cercanías de Ciempozuelos hasta el complejo lagunar.
Ya qué hay que transitar un buen rato por un tramo de la M-307, carretera muy transitada, es recomendable ir en coche o en bici hasta la entrada al camino a Soto Gutiérrez.

(Ruta lineal de ida y vuelta por Soto Gutiérrez y la Real Acequia del Jarama, de unas 4 horas de duración).

Accesos a Soto Gutiérrez.
-En coche. Coger la A-4, hasta la salida 29. Luego tomar la M-404, y posteriormente la M-307 hasta la salida a la depuradora de Ciempozuelos. 50 minutos desde Madrid.
-En autobús. Línea 415 Madrid-Villaconejos, bajarse en la parada de la carretera M-307. Desde allí hay que andar unos 40 minutos hasta las lagunas.
-En Cercanías. Línea C3. 34 minutos hasta Ciempozuelos. Luego 50 minutos aproximadamente andando desde la estación hasta las lagunas.
-Bicicleta. Por el carril bici Villaverde-San Martín de la Vega. 1 hora aproximada.
Este es el relato de una visita qué realicé a finales de verano de 2015.
Me bajé del tren de cercanías en la estación de Ciempozuelos, habiendo disfrutado del paisaje de la finca del Espartal, este interesante espacio del que he dedicado una entrada a este blog.
La primera especie qué me recibió a la salida de la estación era una juguetona lagartija ibérica qué se estaba dando un buen baño de sol, con aquel día de calor de justicia.
Pasé por el túnel debajo de las vías del tren, y junto a la fábrica de piensos qué hay al lado de la estación, en su tejado, la concentración de tórtolas turcas era apabullante. Hasta 15 ejemplares pude contar encima de su tejado, junto a las qué se encontraban en un tendido eléctrico cercano. El tejado era compartido por otras especies urbanitas como estorninos negros y gorriones comunes. Los primeros conejos comenzaban a dejarse ver por los cerros yesíferos cercanos.

(Tórtolas turcas, streptopelia decaocto).

Crucé una rotonda qué iba a varias direcciones como Aranjuez y Titulcia, y tomé la carretera en dirección a San Martín de la Vega. A mi izquierda se alzaban imponentes los interesantes cerros yesíferos de la finca del Espartal. Hitos geológicos, con una biodiversidad natural poco valorada a veces, ya que estos paisajes semidesérticos son poco atractivos visualmente para muchas personas.

(La finca del Espartal cuenta con especies de flora endémicas y algunas en peligro de extinción).

Tomé un pequeño tramo de la vía pecuaria qué va de Ciempozuelos a San Martín de la Vega y crucé el Arroyo de la Cañada, completamente seco en aquella época de estío, esperando las ansiadas lluvias otoñales.
En pocos minutos volví al arcén de la carretera M-307 y me iba recreando en el paisaje. A lo lejos los cerros yesíferos del cauce del Jarama. A mis espaldas la espectacular finca del Espartal, y a ambos lados se mezclaban grandes extensiones de maizales, alguna gravera abandonada y pequeñas fincas agrícolas con los típicos caseríos agrícolas.
En una banda de chopos plantados en una cuneta hicieron aparición unos cuantos ejemplares de papamoscas cerrojillos, muy activos en su paso postnupcial. En los barbechos cercanos a las cunetas de la carretera vi unas cuantas cogujadas comunes. Los maizales eran aprovechados por bandos de palomas torcaces para comer los granos de maíz qué quedaban diseminados por el suelo.
A lo lejos, con los cerros del Espartal en el horizonte, una gran rapaz planeaba por encima del maizal. Se trataba de un busardo ratonero. Poco después le tocó el turno a un cernícalo vulgar qué se posó en una torreta eléctrica.
Tras un trayecto largo y agotador, producido por el calor reinante aquella tarde, llegué a la entrada del camino a la depuradora. La pista de tierra cruzaba la Real Acequia del Jarama, y aproveché una pequeña banda de vegetación de ribera para descansar debajo de la copa de un fresno. Al llegar a la orilla del canal, asusté a una garza real, qué estaba pescando en él.

(La Real Acequia del Jarama data del siglo XVI).

La cantidad de mosquitos qué congregaba el canal, era un foco de atracción para las especies qué se alimentan de estos, y así todavía se veían planear sobre él, golondrinas comunes y aviones zapadores, qué aún aguantaban antes de emigrar al Sur.
Las lavanderas blancas hacían equilibrio como podían para bajar por las paredes del canal para poder aplacar su sed.
Al llegar a la bifurcación de dos caminos tuve qué tirar de GPS para no desviarme de mi destino, dado que había zonas donde el maizal estaba muy alto.
Había pequeñas explotaciones agrícolas, y las zonas de barbecho eran aprovechadas por lavanderas boyeras para rebuscar algo de alimento para echarse al pico.
Al fondo del camino se veían los cerros yesíferos de la orilla del río Jarama, y sobre ellos pasaron los primeros bandos de garcillas bueyeras.
Me comenzaba a impacientar porque no veía ninguna laguna, y no sabía si había tomado el camino correcto, pero el vuelo de un aguilucho lagunero occidental ya delataba de qué no andaba muy lejos de estas.
Unos metros más adelante apareció la explotación ganadera de reses bravas qué me indicaba el mapa, y qué se encontraba muy cerca de las lagunas. Las charcas para qué abrevaran el ganado eran aprovechadas por las lavanderas boyeras y blancas, garcillas bueyeras y entre ellas, un andarríos chico.
Encima de las vallas, subían y bajan nerviosamente varios ejemplares de bonitas tarabillas norteñas. Les dediqué un buen rato a fotografiarlas.

(Tarabilla norteña, saxicola rubetra).

Seguí avanzando y en unos minutos ya se veía un enorme carrizal, y cuál fue mi sorpresa, qué en medio de la laguna había tres ejemplares jóvenes de flamenco común. La satisfacción no podía ser mayor, ya qué era mi segundo avistamiento en la Comunidad de Madrid, después del qué vi en el Soto de las Cuevas hace 2 años en compañía de unos amigos.

(Flamenco común, phoenicopterus roseus).

Las lagunas eran de lo más interesantes, tenían bastante agua para la época del año en la que estábamos y junto a los flamencos nadaban otras especies como fochas comunes, gallinetas y zampullines comunes.
Seguí bordeando la laguna mayor y en un recodo pude ver la gran concentración de acuáticas qué había en ella. La enorme cantidad de fochas comunes se mezclaban con gran número de ánades reales, ánades frisos, y cucharas europeos.

(Fochas comunes, fulica atra y ánades frisos, anas strepera).

Tomé un camino qué se desviaba hacia la izquierda y qué llevaba a un gran caserío. Junto a este camino había otras lagunas de menor entidad. La primera apenas ya tenía agua, llena de lodo y algas, sin apenas especies. La siguiente tenía una buena lámina de agua y una buena cobertura de carrizo en la que se escondían algunas fochas comunes.
La laguna de mayor tamaño me quedaba ahora a mi izquierda, y cada vez su carrizo se hacía más denso. Con mucha paciencia pude ver un calamón común qué se camuflaba muy bien.

(Lagunas de Soto Gutiérrez).

A lo lejos en el prado de las reses bravas, varios ejemplares de cigüeña blanca se aglomeraban cerca de las reses bravas para comer los insectos qué iban levantando según iban caminando.
Decidí volver a echar el último vistazo a los flamencos antes de comenzar el camino de vuelta al tren. En unos cardos cercanos unos hermosos jilgueros con una habilidad pasmosa, sacaban las deliciosas semillas de cardo con sus cortos picos.
Antes de abandonar la laguna decidí echar un vistazo a un pozo de una acequia cercana por si veía algún anfibio interesante para la lista.
En medio de la acequia un gran ejemplar de culebra viperina salió reptando a toda velocidad al detectar mi presencia.
Al asomarme al pozo observé los intentos desesperados de dos culebras viperinas por intentar salir de aquella trampa artificial. Las paredes del pozo eran completamente lisas y las pobres culebras eran incapaces de salir por sus propios medios. Así qué a modo de operación de rescate al estilo de Félix Rodríguez de la Fuente, me dispuse a sacarlas de aquella celda de piedra y agua. Cogí el palo más largo qué encontré y a modo de pesca de la anguila me tiré varios interminables minutos hasta qué las pude sacar.
Las trasladé a la laguna cercana, y una de ellas se despidió de mí haciendo la típica falsa imitación de víbora, levantando el cuello con movimientos intimidatorios.

(Culebra viperina, natrix maura).

Tras verlas como nadaban a toda velocidad por la laguna y se perdían en lo más profundo del carrizo, decidí seguir aquella acequia a ver si veía algún anfibio o reptil más.
Me paré un momento en el maizal de la acequia porque oí el canto de unas aves qué me resultaban familiares, y qué ya había oído en una excursión a los arrozales de las Vegas del Guadiana. Intuí qué se trataban de bengalíes rojos, pero sus cantos los oía muy lejanos. Decidí hacer una espera, y en pocos minutos dio sus resultados, ya qué uno de ellos se posó encima de la acequia.
Al volver a pasar por la zona del ganado bravo volví a probar suerte en las lagunas qué se usaban como abrevadero, y allí anoté la penúltima especie de la lista. Un gran bando de avefrías europeas.
Con las agujetas ya reclamando su presencia decidí intentar hacer el camino de vuelta de un tirón y no parar hasta la entrada a la finca del Espartal. Allí después de un camino de vuelta extenuante, decidí parar debajo de una sombra y reponer los líquidos perdidos. En un cercano poste eléctrico había posado un alcaudón real qué cerraba la lista de esta ruta tan interesante.
¡A qué esperáis para echar en la mochila los prismáticos y la cámara de fotos y disfrutar de una ruta tan interesante como esta!.
¡Felices avistamientos!.
© Rafita Almenilla.
Como punto y final, añado la lista de especies vistas durante la ruta.
FAUNA DEL SOTO GUTIERREZ
AVES
REPTILES
MAMIFEROS
Aguilucho lagunero occidental
Culebra viperina
Conejo
Alcaudón real
Lagartija ibérica
Ánade friso
Ánade real
Andarríos chico
Avefría europea
Avión zapador
Bengalí rojo
Busardo ratonero
Calamón
Cernícalo vulgar
Cigüeña blanca
Cogujada común
Cuchara europeo
Estornino negro
Flamenco común
Focha común
Gallineta
Garcilla bueyera
Garza real
Golondrina común
Gorrión común
Lavandera blanca
Lavandera boyera
Paloma torcaz
Papamoscas cerrojillo
Tarabilla norteña
Tórtola turca
Zampullín común