viernes, 3 de marzo de 2017

RUTA POR CIEMPOZUELOS

RUTA POR CIEMPOZUELOS

Las Salinas de Espartinas. Arroyos de sal.

A la riqueza faunística, botánica, geológica, y geomorfología del Parque Regional del Sureste, habría que añadirle su riqueza arqueológica e histórica.
A lo largo de este vasto territorio, numerosas civilizaciones han pasado por él, dejando su huella histórica, por mucho de sus rincones.
En las terrazas del río Manzanares, catalogadas con Bien de Interés Cultural, se han encontrado restos de herramientas de sílex, con las que el hombre primitivo, en época paleolítica, cazaba mastodontes, y otras especies de caza.
Abundan los yacimientos carpetanos, como el famoso yacimiento de Titulcia, enclavado en el Cerro de Venus.
Es famosa la cultura campaniforme, con restos encontrados en municipios como Ciempozuelos, Mejorada del Campo, o Rivas-Vaciamadrid.
Los romanos aprovecharon algunas de las vías fluviales del parque, como el río Jarama, para construir sus calzadas romanas, como la que unía Caesaragusta con Emérita Augusta, a su paso por Titulcia.
La impronta visigoda dejó necrópolis dispersas por todo el territorio, como la que se encontró en Perales del Río, Getafe.
La dominación musulmana vio en la Submeseta Sur, un lugar ideal para instalar fortalezas y vigilar a los reinos cristianos. Así eligieron zonas elevadas para instalar sus torreones y alcazabas, con restos el Cerro Coberteras o el Piul.
La Submeseta Sur era una zona de paso para el ganado trashumante, de camino a sus angostaderos en otoño, y a los ricos pastos del norte peninsular en verano. En el siglo XIII la Mesta estableció vías pecuarias para el transporte del ganado, y zonas donde cultivar. Numerosas cañadas, cordeles y veredas nos han quedado hoy, de aquella lejana fecha, y uno de sus mejores ejemplos es la Cañada Real Galiana qué recorre buena parte del espacio protegido.
Una visita muy recomendable, son los restos del Real Canal del Manzanares, proyecto faraónico de los tiempos de Felipe II, para hacer navegable el Manzanares conectándolo con el Tajo hasta Lisboa.
Dando un salto en el tiempo, a finales del siglo XIX y principios del XX se desarrolló una arquitectura industrial, qué coincide con el nacimiento del ferrocarril en España.
Se construyen numerosos puentes de hierro para facilitar el intercambio de mercancías y personas. La red hidrográfica del parque es cruzada por numerosos puentes qué nos han llegado hasta la actualidad como los famosos puentes de Arganda y Titulcia.
La cruenta Batalla del Jarama, triste episodio de la Guerra Civil, tiñó el paisaje del sur madrileño con restos de trincheras, y búnkeres en municipios como los del Cerro Coberteras en Rivas-Vaciamadrid.
Uno de los yacimientos más interesantes de la Comunidad de Madrid se encuentra al Sur del municipio de Ciempozuelos, lindando ya con tierras toledanas. Se trata del yacimiento de Las Salinas de Espartinas.

(Salinas de Espartinas, declaradas de Bien de Interés Cultural en 2006).

Enclavadas entre los Cerros de Valle Grande y Altos de Gallegos, en el entorno del Arroyo de Valdelachica. Estos cerros yesíferos muy salinos, hacen qué la escorrentía fluvial precipite sales a los arroyos más cercanos.
Estas salinas ya eran explotadas desde tiempos del lejano Calcolítico, y posteriormente por romanos y árabes.
Declaradas Bien de Interés Cultural desde 2006, en ellas podemos encontrar numerosas cuevas, un horno donde se cocían las vasijas de barro para obtener la sal, la balsa de evaporación de la sal, y un frente de trincheras de la Guerra Civil.
Es tal la magnitud del yacimiento qué algunos historiadores la califican como una de las tres primeras explotaciones de sal más importante de Europa, y en 1826 el químico industrial José Luis Casaseca, encontró allí un nuevo mineral, la thenardita.
A pesar de esta catalogado como Bien de Interés Cultural, su mantenimiento deja mucho que desear. El acceso al yacimiento es difícil, no hay señalización ni paneles de información, la balsa de evaporación se encuentra en mal estado de conservación, y  algunas de sus cuevas están llenas de basura.
En entorno natural qué rodea a las salinas es de lo más interesante.
Los cerros yesíferos que la flanquean poseen una vegetación adaptada a estos ambientes esteparios tan salinos y secos.
La vegetación arbórea es escasa, salvedad hecha a los tarayes, adaptados a estos ambientes tan salinos, higueras, y coscojas. Este es el reino de las especies arbustivas tan sugestivas como el sisallo, la ontina, la jabuna, el esparto, el romero, la retama de bolas, o la gayomba. 

(La vegetación está adaptada a estos ambientes tan salinos y secos. La vegetación arbórea está compuesta por tarayes, coscojas, e higueras).

En cuanto a la fauna, estos grandiosos cerros son el hábitat de especies de aves como búhos reales, mochuelos comunes, cernícalos primillas, grajillas, chovas piquirrojas, collalbas negras, busardos ratoneros, o cogujadas montesinas.
La ruta propuesta es una ruta circular de 4 horas de duración y de dificultad alta desde la estación de Cercanías de Ciempozuelos, a las Salinas de Espartinas visitando el casco urbano de Ciempozuelos, el Área Recreativa del Arroyo Palomero, y las Salinas de Espartinas. Esta ruta es la continuación de la ruta qué propuse para visitar el Arroyo Palomero.

(Ruta circular de 4 horas de duración y de dificultad alta por el Arroyo Palomero y las Salinas de Espartinas).

Recomendaciones para la ruta.
-La ruta es de dificultad alta, debido a su longitud de unos 13 kms aproximadamente. Además deberemos salvar importantes pendientes en algunos tramos.
-El acceso en coche es difícil si no es en todoterreno, por lo que tendremos qué dejar el coche cerca del yacimiento y luego andar un poco.
-El mejor periodo para hacer la ruta es invierno o inicio de primavera. Es una zona muy desarbolada donde apenas encontraremos sombra, y no hay fuentes de agua cercanas, así qué haremos buen acopio de agua antes de hacer la ruta.
-Recomendable hacerla con botas de montaña. Mucho atención a los días de lluvia porque los suelos de yeso son muy resbaladizos.
-Seamos responsables al visitar el yacimiento. Hay algunas cuevas con gran acumulación de basuras. No seamos partícipes de semejante conducta tan incívica.
-Transitar siempre por los caminos y las veredas, y no salirnos de ellos. Los suelos de yesos son muy inestables y podemos tener riesgos de caídas, además de qué podemos provocar erosión.
Accesos a Las Salinas de Espartinas.
-En coche. Autovía A-4. Salida 37. Luego coger M-305 y posteriormente la M-307 y allí un desvío a la Avenida del Valle por una pista de tierra. Luego tendremos qué aparcar el coche cerca de la pista, y andar un pequeño tramo hasta el yacimiento. 43 minutos desde Madrid.
-En autobús. Desde Madrid coger el autobús 426 qué sale desde Legazpi. Nos bajaremos en la Avenida del Consuelo y andar desde allí al Camino de Matagallegos donde empieza la ruta. 45 minutos desde Madrid.
La línea 1 urbana de Ciempozuelos sale desde la estación de Cercanías. Nos bajaremos también en la Avenida del Consuelo.
-En Cercanías. Línea C3 Madrid-Aranjuez. 34 minutos. Desde la estación, andando hasta las salinas se tarda 1 hora y 35 minutos aproximadamente.
-En bicicleta. Ruta ideal para hacerla en bicicleta de montaña. Desde la estación de Cercanías se tardan unos 24 minutos.
Este es el relato de la ruta qué realicé a primeros de Marzo de 2017.
Nos encontrábamos a escasas semanas de la primavera, y los primeros indicios ya se dejaban sentir en el ambiente. Un día antes ya había visto las primeras golondrinas comunes por mi barrio, y una semana antes,  había cumplido con la visita tradicional de ver los almendros en flor en el Parque la Quinta de los Molinos en Madrid.
Días atrás, había estado de ruta con unos amigos, viendo los búnkeres de la Guerra Civil en el Arroyo Culebro en Pinto. Allí pudimos observar los primeros críalos europeos de la temporada. Así que decidí acercarme a Ciempozuelos con dos objetivos en mente: visitar el llamativo yacimiento de Las Salinas de Espartinas, y poder volver a ver los críalos, un ave de la familia de los cucos comunes qué está especializada en parasitar nidos de urraca.
La ruta coincidía en parte con la que realicé meses antes al Área Recreativa del Arroyo Palomero, sólo que esta vez se estiraría un par de kilómetros más.
Antes de realizar la ruta, me empapé a conciencia el mapa en “Google maps” y el “Sigpac”, ya que hay pocas referencias de las salinas, y llegar a ellas puede resultar algo difícil. La primera vez qué las visité lo hice desde Seseña Nuevo, y tenía su cierta complicación ya qué había qué atravesar el Arroyo del Valle Grande qué venía algo crecido de caudal. Así qué esta vez probaría suerte por caminos y veredas, intentando no encontrarme muchas obstáculos qué salvar.
Tras dejar el tren de Cercanías, Ciempozuelos me recibió con un día completamente despejado qué incitaba al engaño. A pesar del sol, corría un viento muy fresco que me recordaba que aún quedaban días de invierno.
Los primeros gorriones comunes ya se encontraban en celo, y los machos estaban en pleno concurso de canto para ver quien mejor atraía la atención de las hembras.
Subiendo por la Calle Cuestas apunté otras tres especies más para el cuaderno de campo: mosquitero común, tórtola turca y urraca.

(Tórtola turca, streptopelia decaocto).

La pendiente hacía mella en las piernas así qué trataba de distraerme con la arquitectura tradicional de las casas bajas qué aún quedaban en el centro del casco urbano del pueblo. En unos 20 minutos ya me encontraba en el Parque los Abogados de Atocha, y en el inicio de la vía pecuaria del Camino de Matagallegos. 
En lo alto de la tapia  de una casa baja un mirlo común se estaba dando un buen festín con una lombriz qué había cazado seguramente del parque cercano.
Comencé a pegarme a la hilera de pinos carrascos qué flanqueaban la vía pecuaria. En un prado cercano a estos, un bando heterogéneo de serines verdecillos, pardillos comunes y jilgueros picoteaban incansablemente el suelo, en busca de semillas.

(Serín verdecillo, serinus serinus).

A lo lejos en una pequeña plantación de almendros comencé a oír los primeros cantos de los críalos. El sol me daba justo de frente, así qué la visión era mala. Hice varios intentos sin fortuna. Aunque tenía la sospecha de qué este día no se me iban a escapar.
De la copa de uno de los pinos carrascos de repoblación, salió volando apresuradamente una elegante abubilla.
Cambié el rumbo de la ruta y me pegué a la margen izquierda del camino, para ver una zona esteparia con zonas de cultivo de cereal y barbecho. En el barbecho, en unas hendiduras hechas por un arado de un tractor, tan camufladas qué casi no se las veían, se ocultaban 3 cogujadas comunes.
Un solitario algarrobo rompía la monotonía de aquel ambiente tan horizontal, y en una de sus ramas descansaba plácidamente un macho de colirrojo tizón.

(Colirrojo tizón, phoenicurus ochruros).

Volví la mirada a la margen derecha del camino. A lo lejos, con la silueta de la urbanización del pocero de Seseña, presencié el combate entre dos milanos reales y un busardo ratonero. Ya iban quedando pocos milanos reales, y seguramente estos serían los últimos de la temporada invernal, qué serían sustituidos en pocos días por los milanos negros.
La tapia de la explotación ganadera abandonada ya se dejaba ver, y encima de sus muros había una fila de 5 estorninos pintos. Tras bajar una pequeña loma llegué al Área Recreativa del Arroyo Palomero. Un auténtico pequeño oasis de humedad. Llamaba la atención su pequeño bosquete de chopos, pinos, y juncos churreros, en un entorno tan seco y estepario.

(El Arroyo Palomero aporta algo de humedad a estos ambientes tan secos y esteparios).

Como la vez anterior, se repetía la escena de un macho de tarabilla europea posado sobre un junco churrero. Cuando se percató de mi presencia salió volando a refugiarse al interior del arroyo. La seguí con los prismáticos y aunque la perdí vi unos cuantos gorriones molineros.
Aproveché para descansar en un banco de madera, qué tenía buena sombra gracias a un pino cercano. Bebí un buen trago de agua, y disfruté de una pequeña brisa, siendo consciente de que seguramente, a partir de ese momento, sería la única sombra con la qué disfrutaría en todo el recorrido qué me quedaba por recorrer.
Antes de abandonar el Área Recreativa, observé a un hermoso ejemplar juvenil de verderón común en un chopo aledaño.
A partir de ese momento empezaba lo bueno, por cerros y ambientes esteparios donde no me cruzaría con nadie, y donde la fauna se mostrase menos esquiva.
Subí una suave loma, y el camino era rodeado por una tapia de piedra, muy atractiva de posadero para mochuelos y otras especies de aves. Al fondo, en el horizonte, el gran centro logístico de la Sendilla quebraba la monotonía del paisaje de la estepa.
El ambiente estepario dio paso a un paisaje mixto de cereal y olivar. Entre unos olivos de gran edad, correteaban unas inquietas perdices rojas.

(Perdiz roja, alectoris rufa).

Al acabar la zona de olivar el paisaje era de lo más llano, y a lo lejos un vértice geodésico acababa con esta homogeneidad paisajística.
Avanzando por la vía pecuaria, más adelante asusté a una pequeña bandada de bisbitas comunes qué descansaban en la poca sombra qué ofrecía el camino. De repente, el paisaje daba un cambio radical. Junto al camino había una gran mina a cielo abierto qué producía un gran impacto visual. Esa qué había visto como una gran mancha marrón en el “Google maps” mientras perfilaba la ruta.
Para compensar tal impacto paisajístico, habían hecho una repoblación a base de tarayes, pinos carrascos y coscojas. La fauna no era ajena aquella mina, y sus protuberantes taludes eran aprovechados por grajillas occidentales y conejos para instalar sus nidos y guaridas.
En ese momento el camino de bifurcaba, así qué tenía que decidir cuál era el correcto. Decidí echar un ojo al gps, y aunque el de la izquierda acaba en una pequeña vereda, tenía toda la pinta de ser el correcto.
Al principio la pista de tierra era muy grande, pero según fui descendiendo por un gran cerro y posteriormente un cañón, el camino se convertía en una pequeña vereda. El paisaje volvía a cambiar de manera contundente. De una zona esteparia, llana, sin apenas vegetación, a un barranco coronado por dos grandes cerros, poblados de una gran formación arbustiva, y de una belleza geomorfológica sin igual. Adentrándome en aquel cañón por donde discurría un arroyo seco, era como trasladarse a los míticos paisajes del salvaje oeste americano.

(Cerro Altos de Gallegos en Ciempozuelos).

Estando ya en el fondo del cañón, en lo alto de un cerro pasaron volando a toda velocidad un nutrido grupo de grajillas occidentales. Sabía por su comportamiento qué huían de un depredador cercano, y sólo tuve que esperar unos pocos minutos para comprobar qué se trataba de un majestuoso milano real.

(Milano real, milvus milvus).

Cuando llegué al final del cañón ya veía el valle del Jarama, y las vías del tren a Aranjuez. Y allí el mismo dilema. El camino se volvía a bifurcar. Si cogía el camino equivocado podría cruzar las vías del tren, y alejarme aún más de las salinas. Gracias a mi intuición geográfica, para algo me sirvieron los años de la carrera de Geografía, decidí rodear la base del cerro, y coger el camino de la derecha, qué a la postre sería el camino correcto.
El camino transcurría entre la base del cerro aledaño y un pequeño olivar, mezclado con almendros, qué ya estaban bien cargados de flores como correspondía a aquella época.

(Almendro en flor, prunus dulcis).

En lo alto del olivar planeaba en círculos un expectante busardo ratonero atento a cualquier presa.

(Busardo ratonero, buteo buteo).

Tras un buen rato de camino aparecí en una zona de barbecho de color azul qué me llamó la atención. Era una gran parcela qué había visto en el “Google maps” y me tenía muy intrigado. Cuando la vi bajo mis pies mis dudas se resolvieron al instante, con una respuesta bastante decepcionante. Se trataba de lodos de depuradora, de esos qué son tan frecuentes en otras partes del Parque del Sureste, y qué envenenan nuestra fauna, y hacen qué especies antes tan comunes como mochuelos, calandrias, o alcaudones reales, se hayan vuelto tan escasas. Ajenas a esta “muerte silenciosa”, unas cuantas alondras comunes levantaron el vuelo desde la parcela para desde lo alto del cielo, cantar con sus reclamos tan característicos.

(Los lodos de depuradoras envenenan nuestros campos y afectan negativamente a la avifauna).

Retomé el camino, y a lo lejos ya veía la urbanización de Vallegrande de Seseña Nuevo. Ahora ya no había lugar a la duda, iba por el camino correcto.
En una talud del cerro se comenzaron a dejar ver las primeras cuevas, así como los nidos de los abejarucos europeos, qué aún faltaban más de un mes para qué comenzasen a ocuparlos.
Un giro brusco hacia la derecha del camino, me hizo toparme con el yacimiento de las salinas. La primera imagen qué me impacto fue ver en el cauce seco del Arroyo de Valdelachica, varios conejos corriendo sobre una lengua de sal. En un talud del arroyo varios cuevas excavadas y lo restos de antiguas trincheras de la Guerra Civil.
A escasos metros la llamativa balsa de sal, donde se dejaba el agua para qué se evaporase y precipitase las sales.

(Balsa para evaporación de la sal).

Junto a la balsa una gran cueva, qué lamentablemente estaba llena de basura.

(En el entorno de las Salinas de Espartinas existen numerosas cuevas, habitadas desde el Paleolítico).

Desde lo alto de una pequeña loma vi una gran lengua de sal, qué hacía más mágico aquel sobrecogedor paisaje, a modo de avalancha de nieve.

(Lengua de sal).

En lo alto de esta gran lengua de sal, había un antiguo horno qué era usado para la obtención de la sal.

(Horno donde se cocían las vasijas con sal).

Parecía increíble qué en un entorno tan seco y salobre pudiese crecer algo de vegetación, pero allí, desafiando a estos elementos crecían tarayes de gran porte, e incluso alguna higuera.
Tras una buena sesión de fotos qué le dediqué a las salinas decidí retomar el camino de vuelta a Ciempozuelos. Tenía dos opciones, o retomar todo el Arroyo de Valdelachica hasta el Camino de la Sendilla, o coger una pequeña vereda qué se internaba por el Cerro de los Altos de Gallegos, sin saber a dónde me llevaría.
Tentado por lo que podría ver por aquel majestuoso barranco opté por la opción de la vereda.
Comencé a subir una fuerte pendiente, por una vereda tan pequeña que ambas piernas me rozaban con los espartos cercanos.
Nuevamente aparecieron otras cuevas, algunas de ellas con higueras dentro, fruto seguramente de las deposiciones de las grajillas.
Tras un recorrido agotador por aquella interminable pendiente, me quedé mirando un rato el espectacular paisaje qué tenía a mis pies.

(Cerro Altos de Gallegos).

Al fondo las salinas, y detrás de estas el Valle del Jarama. El arroyo había moldeado un gran barranco de impactantes formas geológicas. Allí un avispado y poco temeroso conejo tenía su madriguera al borde de un cantil.
De un fuerte respingo se colocó al borde del precipicio, lo que provocó qué soltase la alarmante frase de: ¡Pero qué hace ahí, si se va a caer!, echándome las manos a la cabeza.
En lo alto del cielo comenzaron a aparecer un compacto grupo de milanos reales. Había tantos qué por un momento pensé que algunos eran milanos negros, pero la luz me impedía distinguirlos.
Cuando ya casi había llegado a lo alto del cerro pasó volando una elegante hembra de aguilucho lagunero occidental. No cuadraba mucho aquella especie en aquel ambiente tan estepario, e intuí qué vendría del cercano cauce Jarama.

(Aguilucho lagunero occidental, circus aeruginosus).

Coronando lo alto del cerro, me encontraba algo desorientado. A lo lejos vi el mar de nubes del Sistema Central, una referencia inequívoca de qué no me había equivocado de camino.
Comencé a oír el reclamo del críalo. Estaba rodeado por un gran retamal, y comencé a buscarle por todos los arbustos. Estaba tan ensimismado buscando al esquivo pajarillo, qué no me di cuenta qué a escasos metros tenía una liebre ibérica observándome detenidamente.

(Liebre ibérica, lepus granatensis).

Estaba tan inmóvil, qué con su color de piel se mimetizaba asombrosamente con el color de la tierra. Tras sacarla unas cuantas fotos retomé el camino de vuelta.
Los reclamos del críalo se hacían cada vez más intensos, y tras descartar qué estuviese pertrechado en alguna retama opté por escrudiñar los almendros qué tenía en la línea del horizonte. Y con mucha paciencia, muy a lo lejos, pude ver uno posado. ¡Objetivo cumplido! No cabía en sí del gozo.

(Críalo europeo, clamator glandarius).

Me volví a encontrar con la mina a cielo abierto, y respiré de alivio, al asegurarme con total certeza de qué aquel era el camino de vuelta.
Por encima de una gran torreta eléctrica, pasó planeando una cigüeña blanca, qué seguí preocupado su vuelo con los prismático por si tocaba los cables eléctricos. Afortunadamente los esquivo sin problemas.
En la zona del olivar una escandalosa concentración de grajillas se mezclaba con algunas palomas torcaces.
El sol iba ya cayendo y comenzaron a hacer aparición varios bandos de gaviotas sombrías seguramente procedentes del vertedero de Pinto.
Al llegar al Arroyo Palomero vi volar a toda velocidad a dos aves qué primeramente las di por urracas pero cuando pude seguir su vuelo con los prismáticos pude comprobar que se trataban de otros dos críalos. La tarde estaba siendo de lo más provechosa.
Ya veía las primeras casas de Ciempozuelos, cuando vi volar a un milano. Pensé que era una real, pero con el cielo completamente despejado me di cuenta que se trataba de un milano negro.

(Milano negro, milvus migrans).

En unos minutos comencé a ver asombrado que de los campos cercanos comenzaron a aparecer muchos ejemplares, qué en unos minutos se unieron para formar una pequeña bola de 47 ejemplares juntos. Al instante, comenzaron a aparecer más a y más planeando como si saliesen de todas partes. No caí en la cuenta de qué estaban en plena migración prenupcial.
¡Era la primera vez qué los veía en la prenupcial! Acostumbrado a verlos en la postnupcial cuando bajo al Estrecho de Gibraltar, o verlos ya instalados en sus nidos cuando visito el Soto de las Juntas, me impactó verlos como subían de sus cuarteles de invernada desde África.
Era todo un espectáculo visual. Aparecían desde todo los rincones.
Hubo un momento qué todos se coordinaron para seguir el vuelo por el Valle del Jarama, seguramente en dirección al Soto de la Juntas en Rivas-Vaciamadrid, en sus zonas de cría, al que vuelven todos los años.
Con este magnífico espectáculo, qué es la migración, daba por concluida aquella jornada tan interesante.
¡A qué esperáis para visitar este lugar tan mágico qué combina la riqueza arqueológica con la natural!
¡Felices avistamientos!
© Rafa Ac.
El final del relato viene acompañado con la célebre lista de especies avistadas durante la ruta.

FAUNA DE LAS SALINAS DE ESPARTINAS Y ARROYO PALOMERO
AVES
MAMÍFEROS
Abubilla
Conejo común
Aguilucho lagunero occidental
Liebre ibérica
Alondra común
Bisbita común
Busardo ratonero
Cigüeña blanca
Cogujada común
Colirrojo tizón
Críalo europeo
Estornino negro
Gaviota sombría
Gorrión común
Gorrión molinero
Grajilla occidental
Jilguero
Milano negro
Milano real
Mirlo común
Mosquitero común
Paloma torcaz
Pardillo común
Perdiz roja
Serín verdecillo
Tarabilla europea
Tórtola turca
Urraca
Verderón común




3 comentarios:

  1. Anoto tu ruta, Rafa.
    Seguramente hice una parecida en una marcha de Ciempozuelos a Titulcia yendo por esos parajes pero no sabía nada de salinas por esa zona.
    Cierto. Ya hay golondrinas. Todavía no aviones ni vencejos. Esos creo vienen mas tarde. Y creo haber visto el otro día un milano negro.
    Habra que ir al Porcal...
    Un saludo, amigo

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  2. Ok Paco. Esos cerros para mi son espectaculares, merecen una visita. Aviones ya han llegado algunos. Los vencejos son más tardíos, los comunes ojo, si vemos ahora alguno son pálidos. Las Lagunas del Porcal son las mejores del Parque del Sureste, aunque son privadas y no se pueden visitar. Existe la opción de ver una parte de ellas desde la Laguna de las Madres en Arganda.
    Gracias por tus comentarios. Un saludo.

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  3. Tienes razón. Erroneamente llamo laguna del Porcal a la Laguna de las Juntas, cerca de la desembocadura del Manzanares en el Jarama. Allí es donde he visto muchos milanos negros. Por eso te lo decía.
    Un saludo, amigo

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